15-12-2013
Buenas cosas mal dispuestas
Para
ser domingo había muy poca gente en la calle. A decir verdad, no había nadie en
la calle. Mi barrio presentaba un panorama desolador. Tengo que salir más a
menudo los domingos por la mañana para poder fotografiar fachadas y obras, hay
una calma en la ciudad que no la he visto en ninguna otra parte. También en el
centro, la “zona turística” estaba bastante tranquila. Tampoco es que Berlín
sea una ciudad invadida por japoneses ansiosos de fotografiarlo todo, pero
tanto silencio un domingo hace sospechar. El único sonido que inunda las avenidas
son las campanadas que llaman a misa.
No
es que haya hecho un buen día. Ha estado chispeando durante toda la mañana y
eso tampoco invita a salir. Pero los turistas son como los bárbaros: les da
igual llueva o truene, sus días son limitados y el viaje les ha costado su
dinero, así que paraguas, chubasquero o cadenas en la botas, se cuelgan la
réflex del cuello y se ajustan la gorra o se aprietan fuerte la coleta, y salen
a la calle como si no hubiera mañana. Pero esto no pasa aquí.
Después
del sol de ayer en mi día de descanso, hoy me ha vuelto a hacer el tiempo que
necesitaba. Aunque la lluvia se la podría haber ahorrado, pero al menos me ha
refrescado la larga caminata. En principio era un paseo. Grabar tres estatuas y
a casa. Había calculado que saliendo a las diez estaría en casa a la una, así
comería tranquilo y a las dos me iría a ver La
grande bellezza de la que han hecho una reposición en los Babylon
aprovechando sus premios en los European Film Awards.
Pero
los planes no siempre salen como uno quiere. El paseo se ha convertido en una
larga peregrinación. El campus de la universidad de Humboldt estaba más lejos
de lo que pensaba. Además me he perdido por un par de calles sin salida y he
tenido que desandar mis pasos. Luego, dentro del Tiergarten no había manera de
encontrar el Rosengarten, y cuando he dado con el… resulta que está cerrado de
octubre a marzo. Así que lo he visto desde fuera y me he ido a buscar la
estatua de Wagner. En el camino, de
cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza, titula Jonas Mekas
a una de sus películas, y una de las cinco mejores del siglo XXI. Yo, más que
breves momentos de belleza, en el día de hoy me he encontrado estatuas nuevas.
Hans Joachim von Zieten, Albrecht von Graefe y Robert Koch se han unido a Sad Song en el último momento. Habían
más pero las he tenido que descartar.
Después
de recoger todo el material y emprender el camino de regreso he visto el reloj
y he comprobado con Google Maps los kilómetros y el tiempo que me separaban de
casa. Si quería ir al cine tenía que coger el metro. Y eso he hecho. Tenía que
hacer transbordo. Al llegar a la estación donde debía cambiar de línea me he
llevado un susto y maldecido la red de metros de Berlín. En mis narices, nada
más bajar del vagón, había un cartel que indicaba que la línea que me lleva
hasta casa tenía un tramo no operativo hasta agosto de 2014. Pero no era el que
tenía que coger, menos mal. El otro metro ha llegado enseguida y he llegado al
cine a la hora prevista, pasando por casa a dejar la cámara y el trípode, no
fuese a pasar que me dejasen sin entrar a la sala.
En
los Babylon había una cola considerable. Son muy astutos estos programadores.
Han aprovechado que aquí la gente respeta al cine y va a ver películas de
autor. Han aprovechado que los European Film Awards fueron la semana pasada
para poner a la ganadora sabiendo que tendría tirón. Y han aprovechado para
ponerla un único día de la semana, el domingo, el día más caro (8€ me ha
costado la entrada), y en una única sesión (a las 14.30, hora de comer, para que
todo el que fuera se comprase algo de comer y de beber. Como así ha sucedido).
Veinte
minutos de publicidad y a las 14.50 ha empezado el film. Ahora luego o mañana
por la mañana escribiré la crítica para Mone Monkey, así que no voy a decir
nada aquí, salvo que me ha gustado mucho. El comienzo es, como siempre en
Sorrentino, absolutamente hipnótico. Y una vez hipnotizado ya no puedes apartar
la mirada. La película comenzaba con una roca en la que podía leerse “Roma
morta”, y luego a una serie de japoneses ansiosos de fotografiarlo todo. Tan
ansiosos que a uno le da un infarto. Una manera de decir que en Roma ya no hay
nada que fotografiar. Pero voy a dejar estas reflexiones para la crítica….
Como
me suele pasar después de ver una película de Sorrentino, u otra donde la steadycam se mueva constantemente con
suavidad, el camino ha casa lo he hecho mirando de lado a lado de la calle y a
la gente con la que me cruzaba como si yo mismo fuese una steadycam. La sensación es flotante y maravillosa. Que pena que las
cámaras no puedan grabar exactamente igual que como lo hacen nuestros ojos.
Entonces he pensado en comprarme una cámara de estas que están incorporadas en
las gafas. Pero luego he llegado a la conclusión de que debería girar la cabeza
y hacer movimientos bruscos porque el objetivo de esas cámaras está en el
centro, y no se mueve de lado a lado como hacen nuestros ojos, con lo que si
fuese con ellas por la calle y quisiese mirar a la gente que pasa a mi
alrededor tendría que girarme por completo y crearles una peligrosa sensación
de acoso que me llevaría a quedarme sin gafas a raíz de un puñetazo.
Al
llegar a casa he subido a poner la lavadora. Me he encontrado con un tal
Matthew de Liverpool. He estado a punto de decirle que cómo la película de Lisandro Alonso. Los del piso superior parecen más majos, y su comedor y
baño están bastante más aseados que los nuestros. Somos la planta de los dejaos. Y como Jep Gambardella, que se
incluye entre los de su troupe en La
grande bellezza, yo también me tengo que incluir en la mía. La lavadora
tenía la ropa de otro quimérico inquilino
que no la había sacado. Así que le he dicho a Matthew: “I come back later. See you soon”. Se ha reído complacientemente. Ya
volveré mañana a primera hora, a ver si tengo suerte.
Después
me he ido a la ducha. No se que habrá pasado en mi ausencia, pero la luz de la
cocina y del baño no se encienden. Y necesitaba una ducha. Después del bolsillo
con cremallera, el mejor invento de la historia es el Smartphone. Además de ser
un mapa del mundo que te localiza y te diseña rutas de navegación para tierra,
mar y aire; también puede ser una linterna que parece una farola. Así que me he
puesto mi farola particular y con ella me he duchado.
He
importado, montado y etalonado el nuevo material y lo he dejado renderizándose. Me ha indicado el
programa que tardará cuatro horas. Así que para rematar la faena me he querido
poner una de las películas de Fellini con las que dialoga Sorrentino: La dolce vita (1960). Pero Internet ha
fallado y he decidido que ya la veré mañana. Como tampoco puedo conectar el skype para llamar a mis padres, ni puedo
mirar como ha quedado el Supermanager de la ACB, y tengo que esperar todavía
dos horas para poder ver como ha quedado Sad Song, me he puesto ha escribir
esto. Y ahora que he terminado, voy a coger el libro de cuentos cortos chilenos
que me dejó María y leer un rato. En
fin, ha sido un día de buenas cosas mal
dispuestas, tal como decía el título de la canción de La buena vida:
Lo malo en la vida suele ser lo mejor,
pues te hace sentir como un patán.
Lo bueno de la risa suele ser que al final
nadie quiere reír solo pueden llorar.
Lo triste que me siento mirando hacia atrás,
viendo que no hay nada…
Viendo que no hay nadie con quien compartir
toda la semana.
Viendo que los años pasan junto a mí
y no me queda nada.
No me queda nada…
Ya lo ves.
Toda la semana te suelo ver
con ese vestido tan lindo
que traje por Pascua una vez.
Que te queda tan bien, tan bonito,
que pareces volverme a querer.
Volverme a querer.
Sentirnos tan
a gusto que
no ha cambiado nada,
no ha cambiado nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario