23-12-2013
Krampnitz
Con
las botas puestas nos hemos dirigido a Krampnitz. Y allí hemos pasado todo el
día. Hemos tenido que rodear el recinto para encontrar una entrada por donde
colarse. Una vez dentro, el mundo era nuestro. Grandes caserones abandonados,
con goteras y el papel de la pared raído por el tiempo. El suelo se levantaba,
los cristales de las ventanas tenían agujeros de balas o estaban hechos pedazos. Habitaciones de
arena con inmensos charcos de agua. Nuestros pasos hacían crujir el sonido.
Silencio, crujidos, el disparo de la cámara… los únicos ruidos. También algún
cuervo que nos seguía. Otra vez: Stalker.
El lugar era increíble. El manicomio (o eso parecía), la escuela, un pequeño
barrio familiar, varios edificios… El lugar era gigantesco. Se nos ha hecho de
noche y hemos tenido que volver.
Yo
he hecho unas ochocientas fotografías, de las cuales sólo he salvado
doscientas. Y lo mejor para describir lo que hemos visto (o al menos mi forma
de ver el lugar) es con las fotografías[1]. A
Cyril parecía que la ISO no le funcionaba muy bien y no ha salido muy contento
con sus imágenes (me las ha enseñado y yo pienso que son buenas, algunas, no
todas; como me ha pasado a mí, que he descartado quinientas por malas o
reiterativas). Pero para él lo de menos eran las fotografías, pues estaba
buscando una localización para su próximo film y la ha encontrado. Krampnitz es
el escenario ideal, es como tener tu propio pueblo abandonado. Es como tener tu
pequeño estudio de Hollywood pero mejor, con más historia, con más presencia,
esencia, más verdadero, nada prefabricado, natural.
A
saber la de historias que habrán sucedido en cada una de las habitaciones en
ruinas en las que hemos entrado. De recuerdo me he llevado un periódico soviético que ahora decora mi habitación. Nuestra experiencia de hoy será otra historia
que habitará ese lugar. En el camino de vuelta, Cyril me ha hablado de su novia
taiwanesa que conoció en la misma residencia hace unos meses. Yo le he dicho
que tengo una prima china. Me lo ha contado después de preguntarme si creo que
encontraré novia en Berlín, a lo que le he respondido encogiéndome de hombros,
abriendo las brazos con las palmas de la mano hacia arriba y diciendo: “maybe, who knows. My friends told me: You need a German girlfriend, blonde and rich”.
Nos hemos reído y hemos llegado a casa con la alegría de haber aprovechado bien
el día. Con las fotografías que he hecho hoy, las de la Ballhaus de Grünau, y
si vamos a algún otro lugar de estas características, tengo para hacer una
pequeña exposición fotográfica sobre la decadencia y el paso del tiempo, sobre
otra forma de desaparecer aquí.
Al
llegar a casa me he encontrado con un mail de los becados del Hàbitat Artístic
que están trabajando en Castellón. Me han enviado su correspondencia fílmica de
la plaza del ayuntamiento[2]. Y no
podía ser más original. Han aprovechado que son cuatro y han hecho una misma
carta con cuatro miradas diferentes del lugar. El proyecto está cogiendo forma.
Espero con ganas el resto de correspondencias.
Mientras tanto esta noche me recrearé pensando en como habría sido Krampnitz cuando estaba llena de vida. Al caminar por sus calles y entrar en las casas no podía evitar al sensación de que alguien nos estaba siguiendo, que nos vigilaba. Los fantasmas del pasado. Y me he acordado de mi prima (aunque eso lo hago todos los días) pensando en que está noche no podría dormir si hubiese venido con nosotros y se hubiera atrevido a entrar (cosa que nos habría costado mucho conseguir).
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