24-12-2013
Casablanca
De
todos los vagones de todos los trenes del mundo, tuvieron que elegir el mío.
Eran tres chavales medianamente arreglados, uno con trompeta, otro con una
melódica y el tercero con un reproductor de música conectado a un altavoz que
llevaba en un carrito. Como si fuesen The Four Aces cantando Mr. Sandman, los tres críos se pusieron
a cantar a tres voces una canción navideña en la que mezclaban inglés y alemán.
Yo había entrado en el vagón y me había quedado de pie junto a la puerta
pensando que el viaje sería rápido, pero no. Ellos entraron a mitad de camino y
decidieron hacer su actuación junto a mí. Después, claro, me pidieron dinero,
pero no les pude dar nada. Sigo esperando el dinero de la beca del
ayuntamiento, que como no llegue pronto, cuando pague el alquiler de enero me
quedaré sin lo suficiente para poder hacer la compra. A la siguiente estación
se bajaron los niños cantores de San Ildefonso y subieron dos policías, un
hombre y una mujer bien majos, es decir, bien criados. Me sacaban dos cabezas y
tres cinturas cada uno. Para no llevar el billete…
Llegué
a ese tren porque quería visitar el campo de concentración de Sachsenhausen, en
Oranienburg. Para mí aquí no existen las fechas. El tiempo pasa, sí, pero no
los días. Todos los días son iguales, da igual que sea martes o domingo, que sea
nochebuena o la noche más corta del año. Todos los días son iguales, me levanto
a la misma hora, desayuno lo mismo, trabajo en el ordenador, salgo a caminar y
grabar, vuelvo a casa, ceno lo mismo. Todos los días son iguales pero
diferentes, no hay ningún día que repita tareas, pero son iguales en el sentido
de que no hay nada que haga a uno más especial que a otro. Y claro, no
recordaba que hoy era nochebuena… y mañana navidad. Así que feliz y
despreocupadamente he salido de casa para visitar el campo de concentración.
Las
calles estaban más desiertas de lo habitual para ser un fin de semana, y eso me
ha hecho sospechar. Ver a un par de padres con regalos de última hora me ha
hecho darme cuenta de la situación. Entonces he pensado en volver y dejarlo
para otro día, pero ya había salido, estaba a punto de entrar en la estación de
metro y ya tenía toda la jornada planificada, así que he seguido mi camino
pensando que quizás me lo encontrase todo cerrado. No es que sea muy navideño
visitar un campo de concentración el veinticuatro de diciembre.
Efectivamente,
todos los museos dentro del memorial estaban cerrados. Tampoco estaba abierta
la caseta donde alquilar las audio guías. En el camino desde la estación de
tren hasta Sachsenhausen he estado siguiendo sin seguir a una pareja que
también iba al mismo lugar. Al final los he adelantado justo antes de llegar a
la entrada donde había un cartel indicando que los días veinticuatro y
veinticinco de diciembre el museo estaría cerrado. Al darme la vuelta para
retroceder hemos cruzados miradas con sonrisa de “ouch”. Pero me ha parecido
ver que, un poco más lejos no había barreras y se podía entrar, al menos hasta
la puerta principal. Allí he ido. La pareja me ha seguido disimuladamente.
Campo de concentración de Sachsenhausen (imagen de archivo)
Lo
que era el recinto estaba abierto, así que el viaje no ha sido en vano. Además,
el tiempo acompañaba. Como a mi me gusta: nublado, fresco, apagado, con un
ligera lluvia, no apto para turistas
Canon. Sachsenhausen es sobrecogedor, sólo por la sensación que transmiten
los hechos allí sucedidos. Ver un campo tan grande, tan abierto y tan libre,
cerrado por muros infranqueables. La falsa sensación de libertad. Viendo los
barracones no he podido evitar pensar en La
gran evasión (John Sturges, 1963) o como Hollywood puede coger el peor de
los dramas y convertirlo en un vertedero de emociones. Pero al menos es una
forma de transmitir la Historia con buena voluntad (en este caso y algún otro,
no siempre, sino todo lo contrario) y haciendo que llegue al gran público. Pues
otro pensamiento que me ha venido estando allí es que a cualquier persona que
se portara mal se le tendría que llevar a ver lugares como éste y hacer que se
derrumbaran ante las atrocidades del mal.
Cumpliendo
mi horario, a la una estaba cogiendo el tren de camino a casa. Tengo que volver
otro día a Sachsenhausen para hacer la visita completa, entrando a los museos y
con la guía para enterarme de todo lo que allí sucedió.
Por
primera vez desde que estoy aquí me he puesto música mientras viajaba en el
tren. He elegido un disco tranquilo y suave que me permitiera escuchar la voz
del locutor indicando las paradas, no fuese a saltarme la mía. De lo concreto a lo general, de la mano
de Doble Pletina, he llegado a casa.
Con
tanta excursión, hace días que vivo bajo mínimos. Necesitaba hacer la compra,
así que he dado un rodeo al bajar del metro para acercarme al Lidl. Hoy es
nochebuena y mañana navidad. El Lidl, a las dos y media ya estaba cerrado. El
Aldi también. El mini súper cerca de casa, lo mismo. Así que otro día apurando
los pocos alimentos que me quedan. ¿Dónde hay un paqui abierto las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta
y cinco días del año cuando lo necesitas, cómo en Barcelona?
Menos
mal que al llegar he abierto el correo y había un mensaje de Cyril preguntándome
si quería que fuésemos a cenar por la noche. Le he dicho que sí. Me he
encontrado con Hyeja en la cocina y se lo iba a decir también, pero se me ha
adelantado contándome que se iba a ir con su hijo, que anda revoloteando por la
residencia estos días, a ver algún mercado navideño. Pero hemos quedado en que
mañana comeremos juntos todos los que estamos aquí estas navidades. Ya veremos
que puedo preparar yo… como no sea el pequeño pedazo de queso camembert que me
queda en la nevera…. Hyeja también me ha contado que ayer le robaron la cartera
en el metro. Le he preguntado si ha ido a la policía, y sí, pero es una ciudad
tan grande que encontrarla es casi imposible.
Estaba
cansado y no tenía la cabeza para pensar mucho. Para hacer tiempo hasta las
siete me he puesto una película: La Vida
Futura (Things to come, William
Cameron Menzies, 1936). Resulta que el film era lo más propicio para comenzar
estas fiestas e ir cerrando el año. Es una película de ciencia-ficción de Serie
B que adapta una novela de H.G. Wells en la que se produce una gran guerra
mundial, justo cuando van a comenzar las navidades de 1936, y que hace
retroceder a la humanidad a un sistema de gobierno y una economía medievales en
la década de los sesenta. El cansancio ha podido conmigo y a mitad película he
caído rendido haciendo una breve siesta de siete minutos.
La Vida Futura (Things to come, William Cameron Menzies, 1936)
Encontrar
un restaurante por la noche ha sido complicado. Todos estaban cerrados. Hemos
terminado en la plaza central de nuestro barrio donde había un mexicano, un
hindú, un italiano, un chino y un alemán. Como si fuera un chiste. Hemos
entrado en el alemán, que tenía menú especial de nochebuena con opción de carne
o vegetariano. Ahí cada uno a lo suyo y yo me he pedido el vegetariano con el temor
de que algún plató cuyo nombre no lograba descifrar me pudiera producir un
ataque de alergia. He advertido a Cyril por si se producía. Al final no ha
sucedido nada, excepto que la cena estaba muy buena. Eso sí, hemos tardado unas
tres horas en cenar. Sólo había una camarera para atender a todas las mesas y,
aunque hacía lo que podía, se le acumulaba la faena y entre plato y plato
parecía el tiempo de espera de una boda belga.
Volviendo
a casa por esas calles oscuras, tan poco iluminadas como las de Roma (pero más
limpias) otro chaval con la misma pinta que los de la mañana en el tren se ha
chocado a propósito conmigo intentando meterme la mano en el bolsillo. Una vez
más iba preparado y lo importante estaba dentro del bolsillo con cremallera de
la sudadera, debajo de la chaqueta. Nos hemos disculpado el uno del otro
mientras nosotros seguíamos nuestro camino. El crío y su compañero nos han
seguido mientras continuaba disculpándose. Con mala cara les he dicho que no
pasaba nada y me he despedido con la mano. Ellos seguían siguiéndonos. Al final
han parado a Cyril y le preguntaban de dónde era y uno jugaba a hacerle la
zancadilla, cosa que yo no entendía. El otro se me ha acercado y me ha
extendido la mano, le he dado el apretón, y cuando me intentaba hacer lo mismo
que a Cyril me he apartado. Ya harto de la situación les he gritado (con
educación): “Leave us alone”. Al
final nos han dejado en paz.
Al
llegar a casa todavía era pronto. Cyril me ha puesto algunos de sus
cortometrajes. Y tiene un trabajo bastante interesante. Es un cine muy underground que me ha recordado a las
películas españolas que este año han tenido tanto boom. Le he querido enseñar la web de plat.tv,
pero su buscador no la encontraba. Mañana se la pasaré por mail. También hemos
quedado en ir al Lidl antes de la comida con el resto de compañeros y comprar
algo para cocinar y no ir de vacío. “Louis,
presiento que este es el comienzo de una bonita amistad” y mañana con los
demás glogauers.
Casablanca (Michael Curtiz, 1942)
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