miércoles, 25 de diciembre de 2013

24-12-2013. Casablanca

24-12-2013

Casablanca

De todos los vagones de todos los trenes del mundo, tuvieron que elegir el mío. Eran tres chavales medianamente arreglados, uno con trompeta, otro con una melódica y el tercero con un reproductor de música conectado a un altavoz que llevaba en un carrito. Como si fuesen The Four Aces cantando Mr. Sandman, los tres críos se pusieron a cantar a tres voces una canción navideña en la que mezclaban inglés y alemán. Yo había entrado en el vagón y me había quedado de pie junto a la puerta pensando que el viaje sería rápido, pero no. Ellos entraron a mitad de camino y decidieron hacer su actuación junto a mí. Después, claro, me pidieron dinero, pero no les pude dar nada. Sigo esperando el dinero de la beca del ayuntamiento, que como no llegue pronto, cuando pague el alquiler de enero me quedaré sin lo suficiente para poder hacer la compra. A la siguiente estación se bajaron los niños cantores de San Ildefonso y subieron dos policías, un hombre y una mujer bien majos, es decir, bien criados. Me sacaban dos cabezas y tres cinturas cada uno. Para no llevar el billete…

Llegué a ese tren porque quería visitar el campo de concentración de Sachsenhausen, en Oranienburg. Para mí aquí no existen las fechas. El tiempo pasa, sí, pero no los días. Todos los días son iguales, da igual que sea martes o domingo, que sea nochebuena o la noche más corta del año. Todos los días son iguales, me levanto a la misma hora, desayuno lo mismo, trabajo en el ordenador, salgo a caminar y grabar, vuelvo a casa, ceno lo mismo. Todos los días son iguales pero diferentes, no hay ningún día que repita tareas, pero son iguales en el sentido de que no hay nada que haga a uno más especial que a otro. Y claro, no recordaba que hoy era nochebuena… y mañana navidad. Así que feliz y despreocupadamente he salido de casa para visitar el campo de concentración.

Las calles estaban más desiertas de lo habitual para ser un fin de semana, y eso me ha hecho sospechar. Ver a un par de padres con regalos de última hora me ha hecho darme cuenta de la situación. Entonces he pensado en volver y dejarlo para otro día, pero ya había salido, estaba a punto de entrar en la estación de metro y ya tenía toda la jornada planificada, así que he seguido mi camino pensando que quizás me lo encontrase todo cerrado. No es que sea muy navideño visitar un campo de concentración el veinticuatro de diciembre.

Efectivamente, todos los museos dentro del memorial estaban cerrados. Tampoco estaba abierta la caseta donde alquilar las audio guías. En el camino desde la estación de tren hasta Sachsenhausen he estado siguiendo sin seguir a una pareja que también iba al mismo lugar. Al final los he adelantado justo antes de llegar a la entrada donde había un cartel indicando que los días veinticuatro y veinticinco de diciembre el museo estaría cerrado. Al darme la vuelta para retroceder hemos cruzados miradas con sonrisa de “ouch”. Pero me ha parecido ver que, un poco más lejos no había barreras y se podía entrar, al menos hasta la puerta principal. Allí he ido. La pareja me ha seguido disimuladamente.

Campo de concentración de Sachsenhausen (imagen de archivo)

Lo que era el recinto estaba abierto, así que el viaje no ha sido en vano. Además, el tiempo acompañaba. Como a mi me gusta: nublado, fresco, apagado, con un ligera lluvia, no apto para turistas Canon. Sachsenhausen es sobrecogedor, sólo por la sensación que transmiten los hechos allí sucedidos. Ver un campo tan grande, tan abierto y tan libre, cerrado por muros infranqueables. La falsa sensación de libertad. Viendo los barracones no he podido evitar pensar en La gran evasión (John Sturges, 1963) o como Hollywood puede coger el peor de los dramas y convertirlo en un vertedero de emociones. Pero al menos es una forma de transmitir la Historia con buena voluntad (en este caso y algún otro, no siempre, sino todo lo contrario) y haciendo que llegue al gran público. Pues otro pensamiento que me ha venido estando allí es que a cualquier persona que se portara mal se le tendría que llevar a ver lugares como éste y hacer que se derrumbaran ante las atrocidades del mal.

 La gran evasión (John Sturges, 1963)

Cumpliendo mi horario, a la una estaba cogiendo el tren de camino a casa. Tengo que volver otro día a Sachsenhausen para hacer la visita completa, entrando a los museos y con la guía para enterarme de todo lo que allí sucedió.

Por primera vez desde que estoy aquí me he puesto música mientras viajaba en el tren. He elegido un disco tranquilo y suave que me permitiera escuchar la voz del locutor indicando las paradas, no fuese a saltarme la mía. De lo concreto a lo general, de la mano de Doble Pletina, he llegado a casa.

Con tanta excursión, hace días que vivo bajo mínimos. Necesitaba hacer la compra, así que he dado un rodeo al bajar del metro para acercarme al Lidl. Hoy es nochebuena y mañana navidad. El Lidl, a las dos y media ya estaba cerrado. El Aldi también. El mini súper cerca de casa, lo mismo. Así que otro día apurando los pocos alimentos que me quedan. ¿Dónde hay un paqui abierto las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año cuando lo necesitas, cómo en Barcelona?

Menos mal que al llegar he abierto el correo y había un mensaje de Cyril preguntándome si quería que fuésemos a cenar por la noche. Le he dicho que sí. Me he encontrado con Hyeja en la cocina y se lo iba a decir también, pero se me ha adelantado contándome que se iba a ir con su hijo, que anda revoloteando por la residencia estos días, a ver algún mercado navideño. Pero hemos quedado en que mañana comeremos juntos todos los que estamos aquí estas navidades. Ya veremos que puedo preparar yo… como no sea el pequeño pedazo de queso camembert que me queda en la nevera…. Hyeja también me ha contado que ayer le robaron la cartera en el metro. Le he preguntado si ha ido a la policía, y sí, pero es una ciudad tan grande que encontrarla es casi imposible.

Estaba cansado y no tenía la cabeza para pensar mucho. Para hacer tiempo hasta las siete me he puesto una película: La Vida Futura (Things to come, William Cameron Menzies, 1936). Resulta que el film era lo más propicio para comenzar estas fiestas e ir cerrando el año. Es una película de ciencia-ficción de Serie B que adapta una novela de H.G. Wells en la que se produce una gran guerra mundial, justo cuando van a comenzar las navidades de 1936, y que hace retroceder a la humanidad a un sistema de gobierno y una economía medievales en la década de los sesenta. El cansancio ha podido conmigo y a mitad película he caído rendido haciendo una breve siesta de siete minutos.

La Vida Futura (Things to come, William Cameron Menzies, 1936)

Encontrar un restaurante por la noche ha sido complicado. Todos estaban cerrados. Hemos terminado en la plaza central de nuestro barrio donde había un mexicano, un hindú, un italiano, un chino y un alemán. Como si fuera un chiste. Hemos entrado en el alemán, que tenía menú especial de nochebuena con opción de carne o vegetariano. Ahí cada uno a lo suyo y yo me he pedido el vegetariano con el temor de que algún plató cuyo nombre no lograba descifrar me pudiera producir un ataque de alergia. He advertido a Cyril por si se producía. Al final no ha sucedido nada, excepto que la cena estaba muy buena. Eso sí, hemos tardado unas tres horas en cenar. Sólo había una camarera para atender a todas las mesas y, aunque hacía lo que podía, se le acumulaba la faena y entre plato y plato parecía el tiempo de espera de una boda belga.

Volviendo a casa por esas calles oscuras, tan poco iluminadas como las de Roma (pero más limpias) otro chaval con la misma pinta que los de la mañana en el tren se ha chocado a propósito conmigo intentando meterme la mano en el bolsillo. Una vez más iba preparado y lo importante estaba dentro del bolsillo con cremallera de la sudadera, debajo de la chaqueta. Nos hemos disculpado el uno del otro mientras nosotros seguíamos nuestro camino. El crío y su compañero nos han seguido mientras continuaba disculpándose. Con mala cara les he dicho que no pasaba nada y me he despedido con la mano. Ellos seguían siguiéndonos. Al final han parado a Cyril y le preguntaban de dónde era y uno jugaba a hacerle la zancadilla, cosa que yo no entendía. El otro se me ha acercado y me ha extendido la mano, le he dado el apretón, y cuando me intentaba hacer lo mismo que a Cyril me he apartado. Ya harto de la situación les he gritado (con educación): “Leave us alone”. Al final nos han dejado en paz.


Al llegar a casa todavía era pronto. Cyril me ha puesto algunos de sus cortometrajes. Y tiene un trabajo bastante interesante. Es un cine muy underground que me ha recordado a las películas españolas que este año han tenido tanto boom. Le he querido enseñar la web de plat.tv, pero su buscador no la encontraba. Mañana se la pasaré por mail. También hemos quedado en ir al Lidl antes de la comida con el resto de compañeros y comprar algo para cocinar y no ir de vacío. “Louis, presiento que este es el comienzo de una bonita amistad” y mañana con los demás glogauers.

Casablanca (Michael Curtiz, 1942)

No hay comentarios:

Publicar un comentario