domingo, 29 de diciembre de 2013

28-12-2013. Errores y fatigas (tomadas con humor)

28-12-2013

Errores y fatigas (tomadas con humor)

Ayer me compré el periódico, por curiosidad. Aparte de una fotografía en portada sobre un gato idéntico a Hitler y otra en contraportada que dejaría en ridículo a las chicas del AS, el diario incluía el horóscopo general para 2014. No sé para qué luego hacen uno a diario si con este ya me marcan todo el año, pero bueno, siempre es entretenido leerlos. La mala traducción de Google me venía a decir que Marte va a estar un poco dominante, pero que esto lo único en lo que me afectará es que tendré una armonía amorosa bastante buena, aunque cómo no sea conmigo no se con quién. También me ha predicho que tendré tiempo de ordenar las cosas a mi manera y que eso me hace afortunado. A partir de mediados de julio mis transacciones se moverán más y tendré una convivencia agradable. Para los singles, esto me interesa, hasta julio hay que llevar la ofensiva con las desconocidas y las posibilidades de éxito serán grandes. En resumen, de enero a julio encontraré pareja, de julio a diciembre me quedaré sin dinero porque tendré una convivencia agradable y derrocharé los pocos euros con los que me mantengo. En este periodo habrá armonía porque el amor está por encima del dinero. Que rosa y que feliz ven el mundo los planetas. Pero para que las ilusiones no desborde también dan un último consejo: 2014 será un año muy flexible y no todo funcionará como deseas. Tómatelo con humor. En definitiva: te vas a quedar como estabas, pero tranquilo, que el año que viene nevará en octubre. A veces pienso como sería el mundo si a todos los del mismo signo nos sucediera lo que indica en los horóscopos.

Todavía no ha llegado 2014, pero algo ha acertado. Lo malo, evidentemente. El día de hoy ha sido un día de fallos y de trenes. De errores y fatigas. Menos mal que me lo tomo con humor, y es que ¿cómo no estar de buen humor si lo único que quieres es caminar por frondosos y tranquilos pueblos a las afueras de Berlín y estar acompañado? Con eso me contentaba, y cuando Cyril se disculpaba por habernos equivocado de pueblo o que la visita a la Villa Olímpica de Berlín 1936 haya sido un leve fracaso, yo le decía “Don’t worry. I like that. I like walk for these places. These neighbourhoods… I could live here. Are so green, so quiet, so peaceful. I could live here”.

El comienzo del viaje parecía augurarnos una buena jornada, pues la conductora del autobús no nos ha cobrado el billete. Las cosas se han ido truncando en el momento de hacer el transbordo al cercanías. Yo  no tenía marcada la misma ruta que Cyril, pero como las diferentes posibilidades de llegar al lugar apenas variaban por unos minutos no he dicho nada y le he seguido. Al llegar a Potsdamer Platz teníamos que esperar una hora al tren. Sábado. Mientras mirábamos en el panel de horarios alguna otra posibilidad de conexión, se nos ha acercado un hombre preguntándonos a dónde queríamos ir. “Wustermark” le he dicho. El buen hombre nos ha dado unas cuatro posibilidades diferentes, todas ellas necesitando hacer diferentes transbordos, volver hacia detrás, esperar igualmente… porque al fin y al cabo, el cercanías que teníamos que coger era el mismo, daba igual cogerlo desde Potsdamer Platz, de Spandauer Damm, o desde cualquier otra parte, la espera nadie nos la iba a quitar. Para no hacerle un feo al hombre, mientras él se subía a su cercanías nosotros subíamos las escaleras mecánicas en dirección a la línea de metro que nos había indicado, pero yéndonos a almorzar por los exteriores del Sony Center.

Hemos entrado en un Dunkin’ Donuts. Creo que ha sido la segunda vez que he pisado uno. Eso parecía un McDonald’s con los cientos de miles de menús en las marquesinas. Yo no sabía que pedir y todo llevaba café. El único menú que no iba con café era el de chocolate caliente con una madalena, de chocolate por supuesto. La madalena, más grande que las setas que hacen crecer a Súper Mario, todavía me dura. El quemón que me he hecho en la lengua con el primer trago del chocolate, también.  La espera de una hora, la lengua socarrada y la sobredosis de azúcar comenzaban a predecir que las cosas no iban a salir tan bien. O eso he pensado cuando nos volvíamos a dirigir a la estación.


Hemos llegado a Wustermark y he puesto en el Google Maps la calle que me ha indicado Cyril. Era un vecindario de lo más familiar. Ni rastro de una villa olímpica abandonada. Después de caminar unos veinte minutos e intentar ver algo en el borroso mapa satélite del móvil, he sacado el papel que me había preparado antes de salir de casa con las indicaciones para llegar al lugar. Nos habíamos pasado por un pueblo. La Villa Olímpica no estaba en Wustermark sino en Elstal, a unos cinco kilómetros. Ya eran las doce de la mañana e ir andando nos quitaría toda la luz que le quedaba al día, que por otra parte era bien poca, pues a diferencia de ayer, hoy volvían las nubes y los chispazos de lluvia. Hemos vuelto a la estación de tren. Vacía. Poco a poco se ha ido llenando. Una chica nos ha preguntado donde se compraban los billetes. Ni idea. A la media hora ha llegado el tren.


En Elstal nos esperaba otro paseo de media hora por un barrio de casas prefabricadas y sin encanto en medio del bosque. El lugar no era tan bonito como Wustermark pero también se podría tener una vida sencilla y agradable allí. De camino a nuestro destino yo deseaba que fuera ese el lugar correcto y no un espejismo. No quería haberla pifiado después de habernos marchado de Wustermark por mi insistencia en que creía que no era ese el lugar. Hemos dado con la Villa Olímpica y yo me he quedado más tranquilo. Por supuesto, estaba cerrada a cal y canto, como todos los lugares que visitamos, pero este tenía unas vallas muy nuevas y en buen estado. Carteles de propiedad privada. Parecía infranqueable. Por el camino, Cyril ya me había metido el miedo en el cuerpo advirtiéndome que este sitio solía estar vigilado por guardias de seguridad. Me estaban comenzando a asaltar las dudas. Algún vecino por la calle nos miraba sospechosamente, pero seguían con su rutina.

Un pequeño agujero al final de la valla. Después un muro que la voluntad de querer entrar nos ha ayudado a saltar. Otra valla, esta más fácil. El paraíso: edificios abandonados, extrañamente vacíos y medio abandonados. Un camino medianamente asfaltado con una cuerda relativamente nueva que limitaba el paso entre la calzada y los apartamentos de los deportistas. Un lugar entre el abandono y la conservación. Las dudas explotaban en mi cabeza, la confusión no me dejaba pensar ni hacer fotografías. Esto no era un lugar abandonado, era algo similar a una atracción en Roma: viejos monumentos abiertos al público. Le he preguntado a Cyril y me ha dicho que cree que el lugar entre semana está abierto al público, pero pagando. Hoy sí, hoy nos hemos colado de verdad en un sitio en el que no deberíamos, y eso me hacía sentir incómodo. Si el lugar podía visitarse aunque fuese pagando, supongo que no mucha cantidad, deberíamos haberlo hecho así. Soy un maldito boy scout, un Ned Flanders. Y al no ser un lugar realmente abandonado, sino que tenía carteles con indicaciones de qué era qué y demás, no era lo que yo quería para mi serie de fotografías. Pero bueno, ya estábamos allí y no íbamos a dar marcha atrás con lo que nos había costado llegar. Después, al llegar a casa, he buscado si realmente el sitio abre al público. Sí, pero lo hace sólo de abril a octubre. La entrada cuesta entre dos y cinco euros. Probablemente vuelva.


Hemos dado un paseo y hemos visto algunos lugares. Cyril buscaba un estadio que supuestamente conserva la esvástica nazi y debe de ser bastante chocante. Por el camino nos hemos cruzado con la casa en la que estuvo viviendo esos días Jesse Owens. Y poco más. Cyril ha visto a lo lejos a un guardia de seguridad y hemos iniciado el camino a casa, no sin antes dar una última vuelta. Al final, Cyril con la desilusión de no encontrar el estadio, y yo con la de no haber hecho más de cuatro fotos, nos hemos ido.  Pero “always is good see these places. I like go. It’s nice. I like the place. Maybe we, or I, will come back”.


Con la lluvia ganando intensidad hemos vuelto hacia la estación mientras hablábamos de cómo David Lynch y Tarantino se han convertido en iconos más allá de cineastas, y que la gente los cita por quedar bien antes que porque realmente le gusten. Este tema también sale a menudo cuando hablo con Rachel Bean. Luego hemos hablado del último Francis Ford Coppola, de su hija y de su sobrino. Y, por último hemos criticado a Oliver Stone, del cual hemos salvado dos películas: Platoon (1986) y Giro al infierno (1997) que me ha recomendado Cyril porque yo no la he visto.


Nos aguardaba una sorpresa antes de coger el tren. Una torre muy alta nos ha llamdo la atención. Cyril me ha dicho que tenía curiosidad por verla bien. “We can approach it”, le he dicho, así que hemos hecho un inciso en el trayecto. Y nos ha salvado el resto del viaje. La torre era la puerta de entrada a la antigua estación de Elstal. No era muy grande, pero tenía rincones maravillosos como una especie de circulo con un mecanismo que, supongo, haría girar vagones, cambiar direcciones o algo similar. Me he imaginado un tren dando vueltas sin parar por culpa de un ferroviario loco que quería divertirse.


Era raro que todavía no nos hubiese pasado. Nos hemos perdido. Yo me he ido por un lado y Cyril por otro hasta tal punto que no sabía dónde se había metido. Al final he visto su inconfundible gorro de lana camino de la estación nueva, así que he hecho un par de fotografías más y he salido del recinto por donde la valla lo permitía estando a punto de hacerme un esguince.


Siguiendo con el tiempo de espera de trenes, hasta las tres y diez nos hemos quedado plantados bajo la lluvia, que había pasado a ser un rocío. Y siguiendo con las ilegalidades de hoy, al no haber máquina de billetes, hemos hecho el trayecto en tren sin pagar un euro. Para el viaje de vuelta, y con el miedo a que pasara el revisor y nos pillara sin tickets, he decidido marcar el rumbo. Nos hemos bajado a las pocas paradas y hemos cambiado  el tren por el metro, que nos dejaba cerca de casa y podíamos comprar el billete. Como ya estábamos dentro de la zona AB nos hemos ahorrado casi un euro. Y eso me ha hecho pensar lo contradictoria que es la línea de transporte público de aquí. Un billete de un viaje cuesta como máximo 3,60€ y dura dos horas. Por ese precio puede cubrir una distancia que te lleva casi tan lejos como ir de Castellón a Valencia. Si te compras el billete de un día por menos de diez euros puedes hacer este viaje todas las veces que quieras. Para esto es de lo más económico que he visto, pero claro, la mayoría de gente utiliza el metro o cercanías para ir por dentro de Berlín, zona AB por 2,60€ un viaje, y esto es de lo más caro que he visto.


Al llegar casa me apetecía ver un western, y como el día había ido de trenes, en Filmin enseguida me han puesto en primera fila del género El tren de las 3:10 (James Mangold, 2007). La película era lo que me esperaba, me ha servido para relajarme un rato, pero poco más. Me ha hecho pensar en el mérito que tienen los realizadores/as que trabajan con una ingente cantidad de planos, como David Fincher, y el trabajo que supone eso. Por supuesto, esto hay que reconocerlo como meritorio, pero solo cuando esa cantidad de trabajo se hace con criterio y cada plano tiene su sentido. Sino es una perdida de tiempo y un ejercicio sin estilo, siguiendo un mero patrón académico que funciona con las reglas más sencillas. Como le suceden al film de Mangold. Entre eso y el inverosímil desenlace final la película me ha dejado un agridulce sabor de boca que voy a remediar escuchando el último disco de Klaus & Kinski: Herreros y fatigas.

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