19-12-2013
Ballhaus Grünau
Al
parecer, el Zombie hôpital lo han derruido. Así que Cyril y yo nos hemos tenido
que conformar con ir a la Ballhaus en el barrio de Grünau, a las afueras de
Berlín. El viaje ha sido largo y confuso. Primero debíamos coger el metro para
ir hasta el cercanías. Teniendo en cuenta que a la vuelta me tendría que
comprar otro billete, prefería ahorrar unos céntimos comprado el ticket de día.
La maquina sólo aceptaba monedas, así que mi billete de cinco euros se ha
quedado en mi bolsillo y las dos paradas que teníamos que hacer en metro las
hemos hecho de manera ilegal.
Para
utilizar el cercanías ya hemos podido comprar el ticket. Otro transbordo del S7
al S8. Todas las estaciones son grandes y hay que subir y bajar andenes como si
fuera la casa de la risa en una feria. Al final hemos encontrado la vía desde
la que coger el S8. Buena suerte, ha salido enseguida. Mala suerte, una avería
ha hecho que nos hayamos tenido que bajar a mitad camino.
Hemos
aprovechado para almorzar algo. Cyril se ha pedido un café y un cruasán. Yo me
he comprado un pretzel. Al ver mi cara de gula mientras me lo comía, Cyril me
ha preguntado si no vendían en España. Le he dicho que no, que los tenemos en
forma de pequeña galleta salda, pero no así de grandes, mullidos y calientes.
Cada vez que me como un pretzel me acuerdo del viaje a Nueva York, cuando en el
barco al ir y al volver de la estatua de la libertad me atiborré de pretzels,
pues era la primera vez que los veía y estaban buenísimos.
Después
de la pausa hemos vuelto al andén y un rótulo en alemán nos ha hecho
alarmarnos. Al ver que no había ninguna indicación especial ni gente esperando,
hemos dudado de estar en el lugar idóneo y nos hemos ido a la parada de
autobuses. Ningún autobús nos llevaba directos a Grünau, así que hemos vuelto
al andén del S8. Justo en ese momento había llegado un tren que estaba a punto
de partir. Hemos escuchado la palabra “Grünau” y hemos subido corriendo. Al
final hemos llegado sin ningún inconveniente al lugar. Y es que si no se
fuerzan las cosas, éstas salen solas.
Una
vez allí nos hemos encontrado con el edificio vallado y precintado hasta la
cornisa. Lo hemos rodeado hasta encontrar el agujero del conejo de Alicia en las ciudades. Hemos entrado en
el recinto, no sin antes dar un vistazo alrededor por si alguien nos estaba
observando. Una vez allí, nos ha tocado buscar la puerta de entrada que,
evidentemente, tenía que dar a un sótano oscuro y siniestro, con lavabos y
cocinas destrozadas y el techo cayéndose a pedazos. Cyril, que iba delante, ha
encendido el mechero pero no iluminaba lo suficiente para poder ver a más de diez centímetros de distancia. He
sacado el teléfono móvil y he activado la linterna para que nos indicara el
camino. Con precaución y sin dar un paso en falso, con el temor de que algún
indigente sin cordura nos saltara a la yugular (miedos por culpa de jugar a Resident Evil o Silent Hill), hemos avanzado hasta dar con unas temblorosas
escaleras. Después de más de una hora de viaje y de cruzarnos el sótano de la
casa Psicosis (Alfred Hitchcock,
1960), no íbamos a quedarnos ahí parados.
El
piso de arriba guardaba una sala de teatro gigante y grotescamente bella. Cyril
ha sacado su cámara de fotos. Yo he sacado mi cámara de vídeo. He grabado sin
trípode, siguiendo los rastros del papel rasgado de las paredes y los cristales
rotos del suelo. De vez en cuando buscaba a Cyril detrás de las puertas. Cuando
vea el material veré si edito un pequeño vídeo. El lugar me remitía mucho a Stalker (1979), así que puede que coja
audio del film de Andrei Tarkovsky y música de Raül Fuentes para hacer una
especie de El año pasado en Marienbad
(1961) de Alain Resnais.
Después
también he sacado la cámara de fotos que me dejó Juan para hacer algunas de
recuerdo. De paso me he hecho un fantasmagórico autorretrato dentro del salón
derruido de Madame de… (1953). Igual
este salón no tiene nada que ver con la película de Ophüls, pero me la ha
recordado.
Mientras
hacíamos nuestro trabajo, de vez en cuando escuchábamos pasos y ruido proveniente
del sótano. Por un instante nos deteníamos y lo dejábamos pasar. Temía más que
fuera la policía a un loco armado con una botella de aire comprimido y el pelo
de Javier Bardem en No es país para
viejos (Ethan y Joel Coen, 2007). Vaya, hoy me he puesto cinéfilo y las
citas salen solas.
Con
todo el material grabado nos hemos dispuesto a irnos, no sin recorrernos bien
la planta de abajo guiados por la linterna del móvil. Esta vez sí, he sacado la
cámara de vídeo y he grabado a Cyril adentrándose en las profundidades de La casa en la sombra (Nicholas Ray,
1951). Al salir nos hemos acercado a un
pequeño muelle que me ha recordado a las películas de Angelopoulos,
concretamente a Los cazadores (1977),
con esos barcos de banderas rojas que pasan frente al hotel donde residen los
protagonistas.
Allí
nos han asediado unos patos que parecían Los
pájaros (1963) de Hitchcock. Al ver que se nos acercaban le he dicho en
broma a Cyril que venían a por comida. Me he girado a los patos y les he dicho
que “no, no, no. We have not food”. Cyril que se estaba terminando de liar un
cigarrillo ha seguido la broma diciéndoles
un “If you want a cigarette”. A los
patos no les ha debido de hacer mucha gracia, pues han comenzando a subir al
muelle y a acercarse a nosotros. No teníamos miedo de un psicópata con máscara
de hockey dentro de una casa abandonada, pero de una bandada de patos furiosos
y hambrientos hemos pensado que era mejor huir. Así que hemos vuelto a la
estación.
Esperando
al tren he grabado una pequeña pieza de video que se ha presentado por
casualidad. Mirando al andén de enfrente una niña y su hermano mayor (o eso me
han parecido) estaban haciéndose burla y han comenzado a discutir. Solo por sus siluetas ya había sacado la
cámara para hacerles una foto, pero viendo los graciosos movimientos he
decidido darle al play y grabar en
vídeo a ver que sucedía. Y ha sido un ejemplo de lo que digo cuando hablo sobre
buscar lo único, lo irrepetible, lo verdadero en el cine. He capturado un
momento de discusión y unos gestos que no se van a volver a repetir en ese
lugar. Además, como por arte de magia, la gente a comenzado a cruzarse,
detenerse, mirar de reojo a nuestros protagonistas, etc. Ha parecido que todo
estaba coreografiado. Además, para rematar la jugada, el hermano mayor se ha
mosqueado y ha salido del encuadre dejando a la niña sola, con un delicado
movimiento de pies que ha detenido al entrar otra mujer en campo y pararse junto a la biga, dándome el final perfecto
para el plano-secuencia.
Antes
de llegar a casa hemos entrado en el súper para que Cyril se comprase su
botella de vino semanal. Yo me he comprado otro pretzel. Y es que como le he
dicho: “Is cheap, Is good. I don't want
anything else. I like pretzels”. Al subir a mi habitación resulta que no
tenía luz. He mirado la caja de luces. Alguien a quien no le debe de sentar
bien que apague por las noches la luz del pasillo y la principal de la cocina
ha bajado el interruptor que da luz a mi cuarto. Pienso que ha debido de ser
eso, pues el único interruptor que estaba desconectado era el de mi habitación.
Otra opción más plausible es que se haya bajado por tener todos los enchufes
ocupados. Pero si estoy fuera no hay nada encendido ni que use la electricidad.
Así que no lo sé. Por si acaso, está noche no apago la luz del pasillo.
El
resto del día ha sido para descansar mi dolorido pie, que dentro de lo que
cabe, después del dolor de ayer, hoy ha respondido y ha aguantado la jornada.
Para el sábado creo que podré volver a calzarme las botas de Werner. Así que la
tarde en casa adelantando faena: he editado el vídeo de la estación de Grünau y
las fotografías de la Ballhaus (a las que el mítico cineasta underground, Antoni Padrós, les ha
dedicado un comentario en Facebook que dice: “Magnífic cronista de decadències. M’agrada!”. Y yo me he sentido
todo orgulloso y complacido por ello). También he descubierto que mi anterior
cortometraje documental, Monumentos en la
luna (2013) se pasó hace unos días en Barcelona Televisió, estrenando un
nuevo programa dedicado a éste maravilloso género cinematográfico. Maravilloso
o aburrido, según como se trabaje con la realidad y la idea que haya detrás de
cada obra.
Después
de visitar ayer la Deutsche Kinemathek se me quedaron las ganas de ver En el curso del tiempo (1975) del amigo
Wenders, así que con ella he terminado la jornada. Y para cerrar con otra cita
fílmica antes de irme a dormir: Buenos
días, noche (Marco Bellocchio, 2003).
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