viernes, 20 de diciembre de 2013

19-12-2013. Ballhaus Grünau

19-12-2013

Ballhaus Grünau

Al parecer, el Zombie hôpital lo han derruido. Así que Cyril y yo nos hemos tenido que conformar con ir a la Ballhaus en el barrio de Grünau, a las afueras de Berlín. El viaje ha sido largo y confuso. Primero debíamos coger el metro para ir hasta el cercanías. Teniendo en cuenta que a la vuelta me tendría que comprar otro billete, prefería ahorrar unos céntimos comprado el ticket de día. La maquina sólo aceptaba monedas, así que mi billete de cinco euros se ha quedado en mi bolsillo y las dos paradas que teníamos que hacer en metro las hemos hecho de manera ilegal.

Para utilizar el cercanías ya hemos podido comprar el ticket. Otro transbordo del S7 al S8. Todas las estaciones son grandes y hay que subir y bajar andenes como si fuera la casa de la risa en una feria. Al final hemos encontrado la vía desde la que coger el S8. Buena suerte, ha salido enseguida. Mala suerte, una avería ha hecho que nos hayamos tenido que bajar a mitad camino.

Hemos aprovechado para almorzar algo. Cyril se ha pedido un café y un cruasán. Yo me he comprado un pretzel. Al ver mi cara de gula mientras me lo comía, Cyril me ha preguntado si no vendían en España. Le he dicho que no, que los tenemos en forma de pequeña galleta salda, pero no así de grandes, mullidos y calientes. Cada vez que me como un pretzel me acuerdo del viaje a Nueva York, cuando en el barco al ir y al volver de la estatua de la libertad me atiborré de pretzels, pues era la primera vez que los veía y estaban buenísimos.

Después de la pausa hemos vuelto al andén y un rótulo en alemán nos ha hecho alarmarnos. Al ver que no había ninguna indicación especial ni gente esperando, hemos dudado de estar en el lugar idóneo y nos hemos ido a la parada de autobuses. Ningún autobús nos llevaba directos a Grünau, así que hemos vuelto al andén del S8. Justo en ese momento había llegado un tren que estaba a punto de partir. Hemos escuchado la palabra “Grünau” y hemos subido corriendo. Al final hemos llegado sin ningún inconveniente al lugar. Y es que si no se fuerzan las cosas, éstas salen solas.


Una vez allí nos hemos encontrado con el edificio vallado y precintado hasta la cornisa. Lo hemos rodeado hasta encontrar el agujero del conejo de Alicia en las ciudades. Hemos entrado en el recinto, no sin antes dar un vistazo alrededor por si alguien nos estaba observando. Una vez allí, nos ha tocado buscar la puerta de entrada que, evidentemente, tenía que dar a un sótano oscuro y siniestro, con lavabos y cocinas destrozadas y el techo cayéndose a pedazos. Cyril, que iba delante, ha encendido el mechero pero no iluminaba lo suficiente para poder ver  a más de diez centímetros de distancia. He sacado el teléfono móvil y he activado la linterna para que nos indicara el camino. Con precaución y sin dar un paso en falso, con el temor de que algún indigente sin cordura nos saltara a la yugular (miedos por culpa de jugar a Resident Evil o Silent Hill), hemos avanzado hasta dar con unas temblorosas escaleras. Después de más de una hora de viaje y de cruzarnos el sótano de la casa Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), no íbamos a quedarnos ahí parados.


El piso de arriba guardaba una sala de teatro gigante y grotescamente bella. Cyril ha sacado su cámara de fotos. Yo he sacado mi cámara de vídeo. He grabado sin trípode, siguiendo los rastros del papel rasgado de las paredes y los cristales rotos del suelo. De vez en cuando buscaba a Cyril detrás de las puertas. Cuando vea el material veré si edito un pequeño vídeo. El lugar me remitía mucho a Stalker (1979), así que puede que coja audio del film de Andrei Tarkovsky y música de Raül Fuentes para hacer una especie de El año pasado en Marienbad (1961) de Alain Resnais.

Después también he sacado la cámara de fotos que me dejó Juan para hacer algunas de recuerdo. De paso me he hecho un fantasmagórico autorretrato dentro del salón derruido de Madame de… (1953). Igual este salón no tiene nada que ver con la película de Ophüls, pero me la ha recordado.

Mientras hacíamos nuestro trabajo, de vez en cuando escuchábamos pasos y ruido proveniente del sótano. Por un instante nos deteníamos y lo dejábamos pasar. Temía más que fuera la policía a un loco armado con una botella de aire comprimido y el pelo de Javier Bardem en No es país para viejos (Ethan y Joel Coen, 2007). Vaya, hoy me he puesto cinéfilo y las citas salen solas.

Con todo el material grabado nos hemos dispuesto a irnos, no sin recorrernos bien la planta de abajo guiados por la linterna del móvil. Esta vez sí, he sacado la cámara de vídeo y he grabado a Cyril adentrándose en las profundidades de La casa en la sombra (Nicholas Ray, 1951).  Al salir nos hemos acercado a un pequeño muelle que me ha recordado a las películas de Angelopoulos, concretamente a Los cazadores (1977), con esos barcos de banderas rojas que pasan frente al hotel donde residen los protagonistas.


Allí nos han asediado unos patos que parecían Los pájaros  (1963) de Hitchcock.  Al ver que se nos acercaban le he dicho en broma a Cyril que venían a por comida. Me he girado a los patos y les he dicho que “no, no, no. We have not food”.  Cyril que se estaba terminando de liar un cigarrillo ha seguido la broma  diciéndoles un “If you want a cigarette”. A los patos no les ha debido de hacer mucha gracia, pues han comenzando a subir al muelle y a acercarse a nosotros. No teníamos miedo de un psicópata con máscara de hockey dentro de una casa abandonada, pero de una bandada de patos furiosos y hambrientos hemos pensado que era mejor huir. Así que hemos vuelto a la estación.


Esperando al tren he grabado una pequeña pieza de video que se ha presentado por casualidad. Mirando al andén de enfrente una niña y su hermano mayor (o eso me han parecido) estaban haciéndose burla y han comenzado a discutir.  Solo por sus siluetas ya había sacado la cámara para hacerles una foto, pero viendo los graciosos movimientos he decidido darle al play y grabar en vídeo a ver que sucedía. Y ha sido un ejemplo de lo que digo cuando hablo sobre buscar lo único, lo irrepetible, lo verdadero en el cine. He capturado un momento de discusión y unos gestos que no se van a volver a repetir en ese lugar. Además, como por arte de magia, la gente a comenzado a cruzarse, detenerse, mirar de reojo a nuestros protagonistas, etc. Ha parecido que todo estaba coreografiado. Además, para rematar la jugada, el hermano mayor se ha mosqueado y ha salido del encuadre dejando a la niña sola, con un delicado movimiento de pies que ha detenido al entrar otra mujer en campo y pararse  junto a la biga, dándome el final perfecto para el plano-secuencia.


Antes de llegar a casa hemos entrado en el súper para que Cyril se comprase su botella de vino semanal. Yo me he comprado otro pretzel. Y es que como le he dicho: “Is cheap, Is good. I don't want anything else. I like pretzels”. Al subir a mi habitación resulta que no tenía luz. He mirado la caja de luces. Alguien a quien no le debe de sentar bien que apague por las noches la luz del pasillo y la principal de la cocina ha bajado el interruptor que da luz a mi cuarto. Pienso que ha debido de ser eso, pues el único interruptor que estaba desconectado era el de mi habitación. Otra opción más plausible es que se haya bajado por tener todos los enchufes ocupados. Pero si estoy fuera no hay nada encendido ni que use la electricidad. Así que no lo sé. Por si acaso, está noche no apago la luz del pasillo.

El resto del día ha sido para descansar mi dolorido pie, que dentro de lo que cabe, después del dolor de ayer, hoy ha respondido y ha aguantado la jornada. Para el sábado creo que podré volver a calzarme las botas de Werner. Así que la tarde en casa adelantando faena: he editado el vídeo de la estación de Grünau y las fotografías de la Ballhaus (a las que el mítico cineasta underground, Antoni Padrós, les ha dedicado un comentario en Facebook que dice: “Magnífic cronista de decadències. M’agrada!”. Y yo me he sentido todo orgulloso y complacido por ello). También he descubierto que mi anterior cortometraje documental, Monumentos en la luna (2013) se pasó hace unos días en Barcelona Televisió, estrenando un nuevo programa dedicado a éste maravilloso género cinematográfico. Maravilloso o aburrido, según como se trabaje con la realidad y la idea que haya detrás de cada obra.


Después de visitar ayer la Deutsche Kinemathek se me quedaron las ganas de ver En el curso del tiempo (1975) del amigo Wenders, así que con ella he terminado la jornada. Y para cerrar con otra cita fílmica antes de irme a dormir: Buenos días, noche (Marco Bellocchio, 2003).

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