martes, 3 de diciembre de 2013

3-3-2013. El recolector del fuera de campo

3-12-2013

El recolector del fuera de campo

Voy a necesitar las botas de montaña. Después de pasarme la mañana en el parque pisando el barro, las hojas mojadas, algún que otro charco y calándome de frío poco a poco… he llegado a casa con los pies húmedos y a punto de ser amputados. Adiós zapatillas de calle, hola zapatillas de ir por casa. Había salido a dar una vuelta para conocer el barrio, pero… la vuelta se ha convertido en el primer día de grabación de lo que será el proyecto principal. A priori, porque, cosas del arte y la mente creativa hacen que las ideas cambien cada día muchas (demasiadas) veces. Pero comencemos por el principio.

Aparte de las botas, también necesitaré un antifaz de esos para dormir. No puedo con la luz que entra, aún de noche, por la ventana. No hay persianas y las cortinas no cubren por completo. Mis ojos se adaptan a la oscuridad y veo lo suficiente para encontrar una aguja en un pajar. Nota mental el próximo día que toque Lidl: comprar antifaz. O, a una mala, como cantan Manos de topo: “maquillarse un antifaz”. En conclusión, una Mala Noche, como la película de Gus Van Sant.

Pero la mañana me deparaba muchas cosas. He salido a prepararme el desayuno a la cocina. He vuelto a la habitación un momento a coger algo, no recuerdo el qué, y al volver a la cocina estaba la coreana Heyja poniéndose el café a calentar vestida con una toalla, recién salida de la ducha. Por mi parte un “sorry, sorry”. Por la suya una rápida escapada a la habitación con la mirada gacha.

Como decía, he decidido darme una vuelta por el barrio esta mañana. No me he tapado mucho, pues la idea era un ir y venir. Tres mangas, que para mí ya es mucho, y mi braga de cuello fina, la que llevo habitualmente. Me he dejado los guantes. (Por la tarde, braga de cuello gorda y guantes. Lección aprendida). Por si acaso, he cogido la cámara. Al salir y llegar al río no he podido resistirlo: a grabar. Hacía un sol de atardecer (aunque era medio día) magnífico para grabar. Las primera imágenes, como me suele pasar: las ramas de un árbol, las ramas de un árbol con un pájaro grande, una ardilla acosada por dos pájaros en la falda de un árbol, un árbol en el que hay cientos de pequeños pájaros revoloteando a su alrededor. Todo esto, más que nada, para que la gente vaya viendo que estoy grabando cualquier cosa y que así, de pasada, les puede tocar a ellos. Gente alejándose. El río, de aguas doradas con esa potente luz amarilla que comienza a caer. Un zapato de Prada abandonado. Unos pescadores. Tenía un plano general muy bonito, pero se me ha olvidado darle al “play”. Menos mal que en el plano general corto me he dado cuenta.


He entrado al objetivo principal del recorrido: el Görlitzer Park. Allí me he dado cuenta de dos cosas. Una: el proyecto que tenía pensado se viene abajo. No por ello no se realizará. Se llevará a cabo, pero en menor medida. Los artistas de la residencia apenas salen de sus habitaciones cerradas con llave. Solo lo hacen para comer, ir al baño o salir del edificio, con lo que la interacción por ahora es limitada. El documental sobre la residencia sigue en pie, pero quizás lo dejé en cortometraje y será de la residencia desde mi posición como artista que reside en el lugar. Y las entrevistas pues… esperaremos a la semana que viene a hacer la primera intentona.

Otra de las razones por las que el proyecto está tomando un nuevo rumbo es porque, después de pasarme la mañana grabando inesperadamente y encontrando cosas, he decidido que el grueso del proyecto será mi particular retrato de Berlín utilizando la metodología de trabajo que suelo practicar: salir con mi cámara e invocar los acontecimientos frente a ella en cualquier lugar de la ciudad que recorra. Me viene la magnífica London (1994) de Patrick Keiller a la memoria. Y pienso (sé) que estas imágenes que voy a tomar, que ya estoy tomando, son y serán únicas. Y esa debería ser la voluntad que tendría que mover a cualquier cineasta de hoy día: crear imágenes únicas, que no sean copias de otras que ya se han hecho; y que no puedan ser copiadas. Así pues, mi trabajo más serio (por ahora, pues como veis, al segundo día de estar aquí ya he dado una vuelta de tuerca bastante grande) va a seguir la línea de lo que me ha llevado hasta Berlín. Pero nunca hay que dejar el proyecto que fue seleccionado, pues no hay nada más importante que el compromiso. Sea con uno mismo, con otra persona o con un contrato (siempre siendo ético contigo).

De la segunda cosa que me he dado cuenta hoy ha sido de que por mucho que grabe, por mucho que escriba, lo realmente importante de cada pieza que haga aquí será aquello que se quede fuera de mis imágenes. El fuera de campo. Lo que se oculta fuera de los márgenes, detrás de los objetos, de las puertas, de lo árboles. Lo que desaparece de la imagen. Al final resultará que sí, que eso del desaparecer aquí va a ser una pieza clave y no solo un título atractivo.

¿Cómo me he dado cuenta de esto? He entrado en el Görlitzer Park como si nada. A medida que iba avanzando los ecos de los traficantes de drogas se hacían más presentes por cada rincón del lugar. Me he cruzado el parque de punta a punta bajo su atenta mirada, sospechosa, intrigada, expectante a ver si les enfocaba. A plena luz del día, en los lugares más abiertos del vergel (sí, es ironía)… y en los más oscuros también, no se ocultaban. En grupo o en pareja, de todas las razas aunque mayoritariamente negros, hablando con un grave tono de voz que, llegando desde mis espaldas, me calaba en los huesos. Yo iba con mi cámara al hombro, sobre el trípode, como si la cosa no fuera conmigo. Y no iba conmigo. Pero no suele ser muy habitual ver a un chaval grabando cualquier cosa del parque, con lo que me sentía observado y en peligro. Pero no ha pasado nada. Yo no les he grabado y ellos no me han dicho nada. Fuera, en los márgenes del encuadre ha quedado el verdadero problema del lugar. Pero las imágenes han dado cuenta de ello, se ven las huellas de esa situación. Decir sin decirlo. Buscar la opción que esté a medio camino entre conservar la cámara y grabar aquello que te interesa grabar. 


El otro hecho destacable del parque ha sido el grito que me ha pegado una mujer cuando me ha visto preparar el trípode para grabar a una cabra. Me explico: dentro del parque había un pequeño zoo con animales de granja tales como pollos, burros, cabras, ovejas, etc. Un grupo de cabras eran particularmente curiosas, muy barbudas ellas. No como las que solemos ver por nuestra sierra ibérica. Así que quería grabar a la cabra. El grito de la mujer, en alemán, me ha llevado a contestarle un “Sorry, I Don’t Understand You” (se me había olvidado la única frase en alemán que me sé de corrido: “Ich Kan Kein Deutsch”, que quiere decir: “Yo no hablo alemán”, o algo parecido). Enseguida la mujer ha girado la cara y se ha puesto a hablar con el cuidador de los animales que estaba atendiendo a otras cabras. Como es mi primer día en la calle lo he dejado pasar. Pero volveré para grabar a la cabra.

Hablaba de que mis compañeros de piso solo salen a la hora de comer. Y así ha sido. Mientras me preparaba unas patatas bravas y una ensalada, Libby, mi compañera británica, ha hecho acto de presencia por primera vez. Y, al igual que Heyja, ha entrado en la cocina solo con la toalla camino de la ducha (para que quede claro: el cuarto de baño está cruzando la cocina). Nos hemos presentado y ha seguido su camino. Yo seguía cortando las patatas cuando a Libby la han seguido otras tres amigas de la misma guisa, entrando también en el baño.

Mientras ellas se duchaban y yo calentaba las patatas y cortaba los tomates de la ensalada, ha entrado Cyril, el francés. Los dos callados. He decidido romper el hielo preguntándole alguna tontería como cuál era su nombre porque no lo recordaba, o algo por el estilo. Luego el me ha preguntado de dónde era. Le he dicho que de Castellón. Como parecía que le estuviera hablando en otro idioma le he dicho que de Valencia. Parece que tampoco la conocía y me ha vuelto a hacer la pregunta. Yo le he dicho en mi horrible inglés: “You ask to me where i from, ¿no?”. Ha sonreído y asentido al mismo tiempo. “Valencia”. Duda y asiente. “I from Castellón, in middle of Valencia and Barcelona”. Pero esta parte ya no la ha escuchado. Unos instantes después me ha preguntado que si soy italiano. Ahora soy yo el sorprendido. Le digo que no y el se disculpa. “Don’t Worry”. Me ha comentado que le gusta mucho el cine, sobretodo el fantástico y el de efectos especiales. Me ha preguntado si yo también estoy haciendo algún trabajo relacionado con los efectos especiales. Le digo que no, que yo trabajo con la realidad, que busco lo imprevisto en el día a día. Le cito a Wiseman y al cine directo. A Varda y sus Espigadores y la espigadora (2000).

Es un recurso muy manido, y siempre con el ejemplo de la “espigadora de imágenes Varda”. Pero, al menos para mí y en esta ocasión así es, soy un espigador de imágenes de la realidad berlinesa. Un espigador que  busca recolectar lo que no se recolecta. Y el espigador que bien lo espigue mal espigador será, pues, si realmente quieres recolectar la realidad: déjala en fuera de campo. Si pones la cámara frente a esos drug dealers del Görlitzer Park habrían pasado dos o tres cosas: me quedo sin cámara y sin cara; habrían actuado para la cámara o modificado su comportamiento, con lo que ya estaría manipulando su realidad; o se habrían dirigido a cámara para decirme algo o soltar algún discurso y luego seguir a lo suyo, sabiendo que hay una cámara grabando. Lo contaba un profesor en las, pocas pero instructivas, clases que he podido dar en la Pompeu Fabra: “los fotoperiodistas en las guerras no sacan las cámaras cuando hay un arma de por medio, porque la cámara será quien mate al amenazado, porque el que tiene el arma disparará para que el fotoperiodista tenga su fotografía”. Una cámara puede ser más peligrosa que una pistola, y, por lo tanto hay que saber utilizarla. Hay que saber recolectar imágenes y que dejar fuera de campo, pero teniéndolo siempre presente dentro del encuadre. Dirá mucho más de esa situación el rastro que ha dejado en el paisaje que una pose impuesta. Si, también soy consciente de que mi presencia ya modifica su comportamiento, pero como a ellos no les grabo mis imágenes del paisaje no se ven contaminadas por su cambio de actitud. Es algo difícil de explicar y que siempre estará en debate. Pero, para mi en este momento, pienso que hay que intentar ser un recolector del fuera de campo, pues la (única) verdad está ahí fuera. Ya lo decían Mulder y Scully.



PS: Para redondear está declaración de principios contaré otra anécdota del día. Grabando el que sería el último plano de hoy, ya de noche (siendo las cinco menos cuarto de la tarde) alguien desde las alturas, a modo Deus Ex Machina, me ha lazando un ñapo.

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