6-12-2013
Hamburguesas de Orión
Hoy
ha sido un día tranquilo. Por primera vez desde que estoy aquí ha nevado. Ha
sido tímidamente y no ha llegado a cuajar, pero los efectos del huracán “Xaver”
que está azotando estos días al norte del país se están empezando a notar. Así
pues, me he pasado la mañana editando la secuencia de la jam session de anoche. Como había previsto, siete minutos de
secuencia, ni uno más, ni uno menos.
La
verdad es que las casi dos horas de grabación que tenía han venido justas para
el montaje. Siete minutos con una narración clara y con un ritmo bien llevado.
Para poder montar rápido, que es como voy a tener que trabajar aquí, pues son
varios los proyectos y mucho el material, son claves dos cosas: hacer en la
medida de lo posible un montaje en cámara (es decir, grabar en el orden en el
que terminaré editando) o hacerme una idea de hacia donde voy a llevar el
montaje. Esto provoca hacer trabajar a la cabeza a mil revoluciones durante la
grabación pensando en las infinitas posibilidades que se pueden dar cuando se
habrá el Final Cut (el programa de
edición) y buscando una idea definida de hacia donde tirar mientras estoy
grabando.
La
otra cosa a tener en cuenta, no sólo para una rápida edición, sino en general,
es mirar las imágenes con distanciamiento y saber cuando hay que descartar. Ser
capaz de desechar cualquier plano, por muy interesante que parezca en el
momento de su grabación. En algún momento (según lo que se está buscando) uno
se puede saltar las reglas, pero siempre de manera justifica (aunque sea consigo
mismo). Es decir, editar un video es cuestión de criterio y buen hacer. En la
sala de montaje es donde se ve realmente la mirada (ética) de una persona para con
su realidad dentro de un mundo dominado por la imagen.
En
fin, una edición rápida con descartes fáciles: introducción desde las escaleras
del edificio, siguiendo el siniestro ruido de la música que llega desde el
fuera de campo. Preparación del equipo en solitario. Llegada de los demás
miembros de ESOC. Terminar de montar el material. Introducción de la fiesta, ya
con un toque siniestro dado por el sonido reverberante que suena de fondo. La
fiesta en dos fases que van del éxtasis
al arrebato, parafraseando al bellísimo título que la editorial Cameo dedicó
a un pack de DVDs sobre el cine experimental español. Y la fiesta agonizando,
con la virgen maría durmiendo y Casanova tocando el clavicordio en solitario y
la mirada perdida. Aproximar la
secuencia al surrealismo buñueliano
que sentí mientras lo viví.
Martí,
el artista que ha organizado la velada me ha pedido todo el material bruto y el
montaje del vídeo. Mañana le escribiré para decirle que ya lo tengo y puede
pasarse a recogerlo. Espero que le guste el vídeo, pese a su toque irónico (que
ya de por sí tenía la performance).
He aprovechado que había un Frankenstein en la fiesta y el uso de las máscaras
para crear un montaje constructivista (que el plano A provoque un significado
en el plano B y no una mero encadenamiento de acciones, etc.) con imágenes de
la película de Frankenstein (James
Whale, 1931) que se pasaba en los proyectores de Super-8 en la que los hombres del
pueblo, furiosos y con antorchas, corren en busca del monstruo. Estos
encontrarían su símil en los jueces pintados en las paredes de la residencia
durante el acto. Y, por supuesto, tanto unos como otros irían en contra de esa
provocativa, pagana y cuasi lisérgica velada. Comento esto brevemente para hacerse una idea de esto que he explicado
acerca de como debe trabajar la mente mientras graba “la vida en directo” para
después tener una fase de manipulación de la realidad más rápida y eficaz. La
realidad no existe.
El
día se ha ido apaciguando y he decidido salir de casa para volver a visitar la
Alexanderplatz por la noche (lo que vienen a ser las siete de la tarde). Como
no estaba el tiempo para caminar más de una hora por calles tan abiertas, he
decidido coger el metro. Y por supuesto, algo me tenía que ocurrir.
Dos
hombres me han asaltado mientras me compraba el billete. El primero, junto a su
mujer, me ha preguntado en inglés. “Wait
a second, please”, le he dicho mientras terminaba de comprar el ticket. El
hombre ha accedido a esperar amablemente. Enseguida ha venido otro, barbudo y
desvencijado, hablándome en alemán. “Sorry, I don’t Understand you”.
El hombre insistía y, al final, cuando ha hablado más lentamente le he
entendido “Drei Tickets”. Me quería vender tres
billetes de metro que le debían sobrar. Yo le he dicho que no y le he dado las
gracias. He seguido sacando el billete de la máquina (parecía no querer salir).
El hombre barbudo le ha preguntado a la pareja de mediana edad que me había
hablado primero. Ellos le han dicho que estaban conmigo y éste les ha dejado
tranquilos.
Con
mi billete en la mano me he dirigido al hombre para ver que quería. “To Alexanderplatz?” me ha preguntado
señalándome el plano del metro. Como lo tenía aprendido de casa le he hecho el
recorrido siguiendo la línea de metro desde nuestra estación hasta la última:
Wittenau. “I go to Alexanderplatz too. We
go to Wittenau” o algo así le he debido de decir. Ha hecho el típico gesto
de “oh, claro cariño, era así de fácil
pero no me he acordado de cómo funciona un metro”, poniéndose la mano en la
frente. Me ha indicado un andén y le he dicho que sí, que supongo que era ese.
Ha entrado el metro en la estación y me ha vuelto a preguntar por temor a
equivocarse de dirección. Y me ha descubierto. “Is my first time here”. Le he dicho que era la primera vez que
estaba ahí y el hombre se ha marchado indignado al vagón, que por suerte para
mí indicaba “Wittenau”.
La
impresión que Alexanderplatz me dejó el otro día ha cambiado. Hoy estaba viva y
llena de gente. He podido comenzar a grabar los primeros planos de lo que será
mi primera carta para la parte del proyecto de las correspondencias fílmicas. Y
con esto creo que ya he puesto en marcha todos los proyectos principales.
Después de grabar unos veinte minutos y con las manos nuevamente heladas (la
cámara del móvil es imposible de manejar con los guantes) he decidido comprarme
una apetitosa baguette de queso,
tomate y ajo. El ajo no lo veía venir, pero ha viajado conmigo hasta bien
entrada la noche. Menos mal que el frío hace que todos vayamos con la boca
tapada por un fular, una braga o una bufanda y el aliento pase desapercibido.
Aprovechando
que iba en plan turista he caminado hasta la puerta de Brandemburgo, subido la
Friedrich Strasse y bajado la Oranienburger Strasse con su magnánima sinagoga,
emblema del barrio judío. Al final, yo que no quería caminar una hora hasta
Alexanderplatz he terminando dando una vuelta de tres horas en busca de las
“Hamburguesas de Orión” que me prometía un nombre de calle como
“Oranienburger”.
Suponía
que nada tendría que ver con Orión. Ha sido una mala broma que me he hecho a mi
mismo para reírme un rato mientras recorría en solitario las largas calles
berlinesas. Y es que pegarse esas caminatas en soledad es un poco triste. Al
llegar a casa he buscado porque se llama así. Y en Internet he hallado la (o
una) respuesta[1]:
“La Oranienburger Straße se llama así porque
desde el corazón de Berlín conduce hacia la próxima ciudad de Oranienburg. El
topónimo argamasa la relación entre el barrio judío y el Holocausto, aunque el
campo de concentración de Sachsenhausen no era específicamente para judíos,
sino que la mayor parte de éstos fueron conducidos hacia los campos de
exterminio del este. En Oranienburg, junto a la capital del Reich, se abrió en
1933 uno de los primeros Konzentrationslager nazis”.
He vuelto a Alexanderplatz para coger el metro a
casa. Debo de tener cara de berlinés porque me han vuelto a preguntar por una
dirección. Mi estudio del plano del metro no ha llegado a tanto y esta vez no
he podido ayudarles. El metro de Berlín está tan bien conectado como las tres
estrellas que dan forman al cinturón de Orión, que en invierno se puede ver
mientras “rueda la noche estrellada sobre
mi cabeza, sácanos de aquí. Y si lo que no ha pasado ya, no tiene por qué
pasar, y si no es posible y no nos vienen a buscar. Todo lo que yo intenté,
nada de lo que decir, nada, siempre, nada y nada lo contestará”, canta Iván
Ferreiro en Perdidos.
[1]
http://www.abc.es/blogs/muro-berlin/public/post/18-el-barrio-judio-oranienburger-straße-2052.asp
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