1-1-2014
Mi noche con Maud
Creía
que nunca iba a poder citar Toro, la
canción de El columpio asesino. Pero… “vamos
niña, ven conmigo. Vamos hoy a divertirnos. Yo te pintaré un bigote, necesito
un buen azote. Maraca loca, piano ardiente. Nunca fuimos delincuentes. Gafas
negras en la noche. Vamos niño, sube al coche. […] Te voy a hacer bailar toda la noche. Nos vamos a Berlín, no quiero
reproches”.
Salimos
los tres, Cyril, su amiga Florence y yo, de la residencia casi a la once de la
noche. Una densa humareda provocada por los petardos y demás fuegos de
artificio nos hacia caminar por un paisaje en la niebla en el que en cualquier
momento nos podía estallar algo encima. Cyril le decía a Florence, en francés,
que esto parecía la guerra y que si seguía así no llegábamos vivos a las doce.
En Francia no se celebra con esta pirotécnica efusividad el año nuevo. Cada
ciudadano lleva encima todo un arsenal de fuegos artificiales que lanzan a
diestro y siniestro. Mientras nos dirigíamos a la estación de metro vimos como
a unos les salió mal el disparo y les cayó la bengala en sus pies,
persiguiéndoles por debajo de las mesas de la terraza del bar. Le comenté a
Florence que en la Fallas es todavía mucho peor. Me dio las gracias por
advertirle y me aseguró que no viajará a Valencia. Ellos sabían el destino y yo
iba como Pez en la ola, otra vez de
El columpio asesino:
Voy a intentar anular mi voluntad,
voy a intentar dejarme llevar,
como pez que en la ola va,
como ola que va por el mar.
A paso lento me alejaré,
por el camino que está por hacer,
como un barquero en la oscuridad,
sin más timón que su corazón
Tú ya no me puedes ayudar,
tus palabras me atravesarán,
sin poso alguno de lo que quedó ayer,
amigo mío, ya no hay dirección.
Pero sé muy bien adonde voy,
pero sé muy bien adonde voy,
como pez que en la ola va,
como ola que va por el mar…
por el mar.
Y la
ola nos llevó hasta el los márgenes del centro de Berlín en busca de un pub en
el que celebrar la llegada del año nuevo. Cuando lo encontramos estaba cerrado.
Nos fuimos al de la calle de enfrente. Al entrar nos encontramos con una mezcla
entre un cuadro de Hopper, el garito de Terciopelo
azul (David Lynch, 1986), un regreso a la década los setenta y la visión de
Wenders sobre la americanización de
Alemania y música de la banda sonora de Pulp
Fiction (Quentin Tarantino 1994). Dieron las doce y lo celebramos. Nos
quedamos un par de horas más en el lugar esperando a que el Gretchen Club,
nuestro próxima parada, tuviera más ambiente. Florence es francesa, rubia y de
ojos azules. No tardaron en intentar
entrarle. Mientras un joven alemán le daba la tabarra yo hablé con Cyril sobre
Jean Renoir, Robert Bresson, Al final de
la escapada (Jean-Luc Godard, 1960), la Nouvelle
Vague… y que nosotros somos la Nouvelle
Nouvelle Vague, la nueva nueva ola. De repente el joven alemán desapareció.
Florence nos explicó que había sido decirle que era francesa para que este
hiciera bomba de humo. Pero más tarde volvió a la carga hasta conseguir darle
su Facebook a nuestra amiga. A las dos
nos marchamos de allí y el joven alemán, intentando ligar sin suerte, había
perdido a sus amigos. Lo bueno de ser un pagafantas
y salir únicamente a pasar un buen rato sin pretender ligar es que no te pasan
estas cosas.
Pero
si, soy un pagafantas, que le voy a
hacer. La música del Gretchen Club era bastante mala y el ambiente muy seco.
Los alemanes parecen troncos de dos metros que se mecen muy lentamente cuando
sopla un fuerte viento. Nadie se movía. Me sorprendía que fuera yo el que más
ritmo llevaba en el cuerpo. A Florence le hacía gracia. Cyril se marchó, no le
supo mal perder los excesivos veinticinco euros de la entrada. Pero para estar
ahí, mejor en casa. Pero los pagafantas
no nos vamos a casa si estamos con alguien como Florence. Nos quedamos,
aguantamos lo que nos echen. Actúo una chica de pelo rosa que no lo hizo nada
mal. Hablamos de nuestras cosas. Florecen también es cineasta. Me enviará su
último cortometraje de ciencia-ficción. No tenemos la misma opinión de Darren
Aronofsky, pero a los dos nos encanta la ciencia-ficción. Yo le enviaré
Monumentos en la luna, que como le he intentado explicar, es un documental con
una historia paralela de ciencia-ficción. Florence quería ir a un pub donde
trabajaba un chico al que había conocido el otro día. “Ok, come on”. Florence perdió el resguardo para que le devolviesen
la chaqueta del guardarropa. “Ok, no
problem”. Ella había dejado su abrigo después de dejar yo mi chaqueta así
que no sería difícil encontrarlo. Lo conseguimos. Nos tocó pagar dos euros por
hacerles buscarlo. Como buen pagafantas
puse yo los dos euros. Pero el taxi lo pagó ella.
Llegamos
al otro bar. Con bastante más ambiente, pero la misma marcha de palos secos en
la pista de baile. En el Gretchen Club habíamos hablado de música, de Radiohead, The White Stripes… nos
pusieron Elephant y “I bet that you look good on the dancefloor”,
como cantan Arctic Monkeys. A Florence se la veía animada pero no alcanzaba mi
ritmo. “You dance to fast”. Tiré de topicazo
para hacer la gracia: “I’m latinman”.
Y le conté que curiosamente esa mañana había visto en Facebook una lista de un
estudio que indicaba que los alemanes son los peores amantes y los españoles
sus antípodas. Y quedó demostrado con el
segundo joven alemán que intento ligar con ella. Como no es que sólo sea un pagafantas, sino que tengo cara de ello,
los demás no se cortaban al entrarle. Mientras el nuevo joven alemán intentaba
fingir interés y darle conversación yo me divertía mucho observándole. Por la
cara de Florence estaba claro que no quería nada con él y que se lo quería
quitar de encima. Un rápido viaje al baño y problema arreglado.
Más
tarde se nos unió el chico del bar al que Florence conocía. Apenas tres minutos
después éste ya estaba bailando con otra. Cuando Florence me lo presentó, su
mirada enseguida me pareció desconfiada. Pero a Florence le gustaba. Así que
hacia el final de la noche ella se me acercó y me regaló una bebida que no
llegué a probar, porque de tanto bailar mis intestinos estaban más liados de lo
que suele se habitual. Me hizo este regalo para decirme que iba a hablar con el
chico del bar, a ver si conseguía algo. Como buen pagafantas que tiene las únicas llaves de casa y acepta que está en
su particular Mi noche con Maud (Eric
Rohmer, 1969) sólo para hablar, aprender de la vida y pasar un buen rato sin pretender nada más, además de que era la amiga de mi amigo, le
dije que adelante y que la esperaba sentando junto a los abrigos. A los cinco
minutos estaba de vuelta. El del bar la había rechazado, me contó triste. Le
acaricié suavemente la mejilla, le dije “don’t
worry, he is stupid. You are very beautiful, is his problem. Do you want go
home?”. Asintió y salimos del local.
Eran
las siete de la mañana y todavía era noche, eso nos llamó la atención. Tuvimos
suerte y al salir llegó un taxi vacío. Esta vez pagamos a medias, me sabía mal
lo de la bebida que me había comprado y no había tocado. Ella se fue a la
habitación de Cyril, que ya estaba ronroneando
y le costó abrir la puerta. Yo me tiré en la cama y dormí unas cuatro horas. No
es bueno romper los ritmos de sueño y prefería dormir poco para al día
siguiente acostarme a la hora habitual.
¿Quién
me iba a decir que terminaría pasando así una Nochevieja? El único día del año
en el que me sale el mal humor desde lo más profundo de mí se había convertido
en toda una experiencia. En el primer local, Cyril y Florence me preguntaron si
recordaba donde estuve en el 2012 celebrando el final del año. Les dije que no
lo recordaba… porque no lo recordaba. Pero este año no se me va a olvidar
nunca. ¿Quién me iba a decir que pasaría Mi
noche con Maud?
Cuando
me he despertado me ha apetecido desayunar en el comedor. He cogido el libro de
cuentos chilenos y me he sentado en la mesa al lado del horno a leer mientras
me comía mi bollo de leche y la galleta de chocolate. En eso ha entrado Hyeja a
preparase la comida. He dejado el libro y me he puesto a hablar con ella. Una
vez más ¿Quién me iba a decir que la comida de año nuevo la haría con una chica
coreana hablando de cine coreano?
Le
ha sorprendido que conociese a Hong Sang-soo. Le he dicho que en Europa es
famoso y que su película En otro país
(2012) esta en todas las listas de lo mejor del año en España. Le gusta mucho
este cineasta porque hace las cosas muy sencillas y muy bellas, porque de la
cotidianidad hace cine, y de los diálogos el alma. Me ha dicho que en Corea no
tiene mucho éxito porque no hace blockbusters,
pero que sí, que fuera va a muchos festivales. Le he enseñado mi pintura Gainsbourg y ha sacado una lectura muy
interesante en la que no había pensado: el tríptico es azul marrón y verde: el cielo,
la tierra y la naturaleza, cubiertas por esas manchas negras que son la
contaminación. Resulta que la pintura era más buena y más interesante de lo que
pensaba. El artista nace, no se hace, pero necesita trabajo y estudio para ser
bueno y que el subconsciente trabaje así de bien por si sólo. Antes de
despedirnos, mientras se preparaba el café, le he preguntado por las galletas
de la suerte chinas que guarda en la despensa. Nunca había visto ninguna de
verdad, sólo en las películas. Me ha regalado una.
Por
la noche nos hemos vuelto a ver. Como Florence se va mañana por la mañana,
Hyeja nos ha preparado a todos los de nuestra planta una cena coreana que estaba
buenísima. Yo, modestamente, he preparado una ensalada para decorar el centro
de la mesa y he ofrecido mandarinas de postre. Una velada, como todas las de
los glogauers, de lo más agradable.
Hyeja, mientras se prepara un cigarrillo al igual que Cyril, me ha preguntado
si tampoco fumo. Le he dicho que no. “You
don’t smoke, you don’t drink wine… you are like a priest”. Nos hemos reído
con esa comparación con un sacerdote. He pensando decirles que un sacerdote no,
un pagafantas si. Pero como no se la
expresión en inglés me he limitado a aumentar la broma diciendo que mi colegio
estaba junto a uno de curas y algo se me ha pegado. Después de cenar me he quedado hablando un
rato con Florence. Me ha contado su aventura de hoy, yendo con resaca por la
ciudad y entrando en un museo en el que un hombre muy amable le ha explicado
los cuadros, y en una iglesia donde ha visto un órgano que le ha recordado a Metropolis. Le ha hecho gracia que agite
el teléfono móvil cada vez que carga buscando información en internet.
Facebook. “You’re welcome in Paris”. “C’est a plaisir”. Dos besos. “Bonne nuit”.
Después
del postre, Hyeja nos ha ofrecido galletitas de la suerte chinas. En el
papelito interior que imagina tu futuro me ha salido: “You have a passion for fashion”. Ya tengo propósito de año nuevo:
interesarme más por la moda y dejar de vestir camisetas monocromáticas del
Decathlon. Dudo que lo haga, como todo buen propósito de año nuevo. Aunque dos
que debería intentar cumplir son: ir a París y dejar de ser un pagafantas y hacer Una llamada a la acción, como canta Sr.Chinarro, para no terminar
como en esta letra de El columpio asesino (por ir cerrando el bucle):
Dispararé
a quien quieras por ti.
La calle haré
cuando quieras por ti.
Un perro soy
y me hacen ladrar,
no tengo elección.
Y si me quieres sólo para mirar,
tras las cortinas sabré esperar.
Dime qué
quieres para volar,
yo te lo traeré.
Y si decides ya no aterrizar
no tienes más que a mi puerta llamar,
seremos ángeles una vez más,
no tienes más que a mi puerta llamar,
seremos ángeles una vez más.
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