2-1-2014
(Re)cambios
Desde
mi ventana he visto a Florence volver a París. Por la noche me he puesto Desmontando a Harry (1997). La primera
película del año es muy importante para mí. Desmontando
a Harry fue mi primera película de Woody Allen, y con ella comenzó todo el
periplo que me ha traído hasta aquí. El último soliloquio del film me ha
producido un chasquido de dedos en las neuronas: “Un personaje demasiado neurótico para funcionar en la vida y que sólo
funciona en el arte. […] Todos
conocen la misma verdad. Nuestra vida depende de cómo la distorsionamos. Sólo
tuvo serenidad al escribir. Escribir, en más de un aspecto le salvó la vida”.
Pero
han sucedido varias cosas hasta llegar a Harry. Hoy me ha costado la eternidad
y un día tener ganas de hacer algo. El frío comienza a entrar por las grietas
de la habitación y el calor de las sabanas es excesivamente sobrecogedor. También
el pesar de las despedidas. Aún así, a las ocho estaba arriba. Sin ganas ni
energías de salir de casa he ido al Lidl. A la vuelta me he recogido cinco
minutos más en la cama. He pensando en lo que podría hacer esta mañana. Hoy
quería terminar de editar el vídeo de Hanneke, pero eso podría hacerlo por la
tarde y no quería quedarme todo el día en casa. He recordado que tengo las
zapatillas rotas de tanto caminar. La media de vida de mis zapatillas suele ser
de un año. También he pensado que necesito una sudadera, pues sólo tengo una, y
de caminar, sudar y las gotas de lluvia que le caen encima todos los días, la
tengo que lavar cada dos por tres quedándome casi en paños menores. Así que me
he hecho el animo de buscar algo tipo Decathlon, que hay veintiuno en Alemania
pero ninguno está en Berlín.
Cuando
estaba casi a punto de salir, con las mismas ganas que las de una liebre en una
carrera de galgos, Hanneke ha llamado a mi puerta. Tenía que salir a cerrar un
asunto y me ha pedido si podía estar atento por si le traían un paquete los de
correos. Sergio no estaba todavía en la residencia y no había nadie en la
oficina para atender al cartero. Ha sido la excusa perfecta para no tener que
pisar la fría, húmeda y resbaladiza calle, otra vez. He aprovechado la mañana y
he terminado la secuencia de Hanneke pintando el mural. He podido añadirle sonido
directo de detalle de sus acciones y el vídeo ha mejorado bastante, ha ganado
en riqueza. Lo que hace un buen tratamiento de sonido… gracias a ello una
película es una película.
También
he podido hacer un trucaje en el capítulo final mientras pinta. Son tres
rectángulos, el primero de ellos es la vitrina del showcase en la que Hanneke ha colocado la pintura original sobre
cartulina. Pero esto lo ha hecho al final. Por razones narrativas he
tenido/querido utilizar este material el primero, provocando así que en los
planos generales mientras pinta los otros dos rectángulos, la vitrina todavía
este vacía. A base de añadir capas y cortarlas al milímetro una a una he
conseguido que la vitrina vacía la ocupase la pintura de Hanneke, de esta forma
se ha mantenido ese falso raccord,
esa falsa continuidad, que he estado practicando durante todo el vídeo. Para
dar la sensación de avance y no repetir la jugada, he aprovechado los
movimientos de Hanneke y las escalas del plano para que en una misma serie de
gestos continuos realice cada uno de los cuadros que forman el mural. Es muy
divertido jugar con este falso raccord,
y muy económico para el montaje y agradecido para el espectador, pues mediante
una verosímil continuidad puedes dar grandes saltos temporales que no saltan, y
sin darte cuenta, el mural está pintado. Movimientos y escalas, la clave de una
buena narración clásica en imágenes, que se vuelve más divertida al hacer estas
pequeñas y tramposas variaciones entre el respeto por la norma y la trampa del
tiempo.
Nadie
ha llamado al timbre, pero cuando he bajado había un cargamento de cajas.
Habrían llamado sólo al timbre de la oficina y Sergio ya habría llegado. Le he
preguntado. Esas cajas no eran para Hanneke. No sé si la habré entendido mal
cuando me lo ha explicado y eran igualmente estas cajas las que tenía que
esperar o si no le ha llegado todavía la suya. Al final, a las tres de la tarde
le he dicho a Sergio que estuviera atento por si llegaba algo para ella y me he
ido a dar una vuelta, ya no valían excusas. Por el camino he grabado y he hecho
una foto de una botella que flotaba río arriba.
Me
he acercado a una tienda de pinturas. Estaba vacía y era pequeña, me daba corte
entrar y he pensando que ya pasaré otro día o cogeré el metro y me iré al
centro comercial Boesner, sólo de materiales de bellas artes. He ido en busca
de alguna tienda donde comprarme las zapatillas y la sudadera. Al llegar a la
estación de metro de Hermannplatz he reparado en que había una especie de El Corte Inglés, y he entrado a ojear.
Quería unas zapatillas como las que llevaba, mismo diseño y color. He encontrado
unas muy parecidas, sólo que en lugar de azules eran negras con franjas grises.
Por suerte, eran las más baratas. La sudadera igual, una roja ligeramente
desteñida que no pasaba los veinte euros. Unos segundos antes había sostenido
una de casi cincuenta que he dejado en seguida en su sitio nada más ver la
etiqueta. Ha quedado claro que la galleta de la suerte china que me pronosticó
mi pasión por la moda no dio en el clavo. El orden de preferencia cuando voy de
compras es barato, bueno, bonito.
Al
regresar a casa había movimiento. A la residencia ha llegado una nueva
inquilina que ahora mismo está durmiendo en la habitación de al lado. Mientras
llevaban sus trastos a la habitación yo he salido a la cocina a picar algo. Me
he cruzado con un hombre que acababa de subir un par de cajas. Pensando que era
él el nuevo vecino le he saludado educadamente presentándome. Me ha devuelto el
saludo sin detenerse y diciéndome algo en alemán. Unos instantes después ha
aparecido Sergio con más cajas y le he preguntado si ese señor era el nuevo
artista. No, era el hombre de las mudanzas. Una pifia más para la lista, que se
suma a la ya mítica “ponme un agua para
llevar”. No me he cruzado con la nueva, pero Sergio me ha dicho que es de
Taiwan y se llama Lye (creo recordar). En la planta de arriba se ha instalado una
chica coreana, la que entra por la que se ha ido, en la misma habitación, justo
encima de mi. Por ahora no han hecho ruido ni la una ni la otra, así que podré
decir que “con estos vecinos duermo bastante”
(El último vecino).
No hay comentarios:
Publicar un comentario