viernes, 3 de enero de 2014

2-1-2014. (Re)cambios

2-1-2014

(Re)cambios

Desde mi ventana he visto a Florence volver a París. Por la noche me he puesto Desmontando a Harry (1997). La primera película del año es muy importante para mí. Desmontando a Harry fue mi primera película de Woody Allen, y con ella comenzó todo el periplo que me ha traído hasta aquí. El último soliloquio del film me ha producido un chasquido de dedos en las neuronas: “Un personaje demasiado neurótico para funcionar en la vida y que sólo funciona en el arte. […] Todos conocen la misma verdad. Nuestra vida depende de cómo la distorsionamos. Sólo tuvo serenidad al escribir. Escribir, en más de un aspecto le salvó la vida”.

Pero han sucedido varias cosas hasta llegar a Harry. Hoy me ha costado la eternidad y un día tener ganas de hacer algo. El frío comienza a entrar por las grietas de la habitación y el calor de las sabanas es excesivamente sobrecogedor. También el pesar de las despedidas. Aún así, a las ocho estaba arriba. Sin ganas ni energías de salir de casa he ido al Lidl. A la vuelta me he recogido cinco minutos más en la cama. He pensando en lo que podría hacer esta mañana. Hoy quería terminar de editar el vídeo de Hanneke, pero eso podría hacerlo por la tarde y no quería quedarme todo el día en casa. He recordado que tengo las zapatillas rotas de tanto caminar. La media de vida de mis zapatillas suele ser de un año. También he pensado que necesito una sudadera, pues sólo tengo una, y de caminar, sudar y las gotas de lluvia que le caen encima todos los días, la tengo que lavar cada dos por tres quedándome casi en paños menores. Así que me he hecho el animo de buscar algo tipo Decathlon, que hay veintiuno en Alemania pero ninguno está en Berlín.

Cuando estaba casi a punto de salir, con las mismas ganas que las de una liebre en una carrera de galgos, Hanneke ha llamado a mi puerta. Tenía que salir a cerrar un asunto y me ha pedido si podía estar atento por si le traían un paquete los de correos. Sergio no estaba todavía en la residencia y no había nadie en la oficina para atender al cartero. Ha sido la excusa perfecta para no tener que pisar la fría, húmeda y resbaladiza calle, otra vez. He aprovechado la mañana y he terminado la secuencia de Hanneke pintando el mural. He podido añadirle sonido directo de detalle de sus acciones y el vídeo ha mejorado bastante, ha ganado en riqueza. Lo que hace un buen tratamiento de sonido… gracias a ello una película es una película. 


También he podido hacer un trucaje en el capítulo final mientras pinta. Son tres rectángulos, el primero de ellos es la vitrina del showcase en la que Hanneke ha colocado la pintura original sobre cartulina. Pero esto lo ha hecho al final. Por razones narrativas he tenido/querido utilizar este material el primero, provocando así que en los planos generales mientras pinta los otros dos rectángulos, la vitrina todavía este vacía. A base de añadir capas y cortarlas al milímetro una a una he conseguido que la vitrina vacía la ocupase la pintura de Hanneke, de esta forma se ha mantenido ese falso raccord, esa falsa continuidad, que he estado practicando durante todo el vídeo. Para dar la sensación de avance y no repetir la jugada, he aprovechado los movimientos de Hanneke y las escalas del plano para que en una misma serie de gestos continuos realice cada uno de los cuadros que forman el mural. Es muy divertido jugar con este falso raccord, y muy económico para el montaje y agradecido para el espectador, pues mediante una verosímil continuidad puedes dar grandes saltos temporales que no saltan, y sin darte cuenta, el mural está pintado. Movimientos y escalas, la clave de una buena narración clásica en imágenes, que se vuelve más divertida al hacer estas pequeñas y tramposas variaciones entre el respeto por la norma y la trampa del tiempo.

Nadie ha llamado al timbre, pero cuando he bajado había un cargamento de cajas. Habrían llamado sólo al timbre de la oficina y Sergio ya habría llegado. Le he preguntado. Esas cajas no eran para Hanneke. No sé si la habré entendido mal cuando me lo ha explicado y eran igualmente estas cajas las que tenía que esperar o si no le ha llegado todavía la suya. Al final, a las tres de la tarde le he dicho a Sergio que estuviera atento por si llegaba algo para ella y me he ido a dar una vuelta, ya no valían excusas. Por el camino he grabado y he hecho una foto de una botella que flotaba río arriba.



Me he acercado a una tienda de pinturas. Estaba vacía y era pequeña, me daba corte entrar y he pensando que ya pasaré otro día o cogeré el metro y me iré al centro comercial Boesner, sólo de materiales de bellas artes. He ido en busca de alguna tienda donde comprarme las zapatillas y la sudadera. Al llegar a la estación de metro de Hermannplatz he reparado en que había una especie de El Corte Inglés, y he entrado a ojear. Quería unas zapatillas como las que llevaba, mismo diseño y color. He encontrado unas muy parecidas, sólo que en lugar de azules eran negras con franjas grises. Por suerte, eran las más baratas. La sudadera igual, una roja ligeramente desteñida que no pasaba los veinte euros. Unos segundos antes había sostenido una de casi cincuenta que he dejado en seguida en su sitio nada más ver la etiqueta. Ha quedado claro que la galleta de la suerte china que me pronosticó mi pasión por la moda no dio en el clavo. El orden de preferencia cuando voy de compras es barato, bueno, bonito.

Al regresar a casa había movimiento. A la residencia ha llegado una nueva inquilina que ahora mismo está durmiendo en la habitación de al lado. Mientras llevaban sus trastos a la habitación yo he salido a la cocina a picar algo. Me he cruzado con un hombre que acababa de subir un par de cajas. Pensando que era él el nuevo vecino le he saludado educadamente presentándome. Me ha devuelto el saludo sin detenerse y diciéndome algo en alemán. Unos instantes después ha aparecido Sergio con más cajas y le he preguntado si ese señor era el nuevo artista. No, era el hombre de las mudanzas. Una pifia más para la lista, que se suma a la ya mítica “ponme un agua para llevar”. No me he cruzado con la nueva, pero Sergio me ha dicho que es de Taiwan y se llama Lye (creo recordar).  En la planta de arriba se ha instalado una chica coreana, la que entra por la que se ha ido, en la misma habitación, justo encima de mi. Por ahora no han hecho ruido ni la una ni la otra, así que podré decir que “con estos vecinos duermo bastante” (El último vecino).


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