18-1-2014
La noche americana
La
mayoría de días parecen no avanzar, en cuestiones lumínicas. Sería perfectos
para trabajar con noches americanas en cine, si no fuera un efecto tan pasado
de moda (aunque reconozco que lo utilicé para un cortometraje en segundo de
carrera: The mystery of the desert river[1], que visto ahora me parece…
tienes cosas interesantes, pero pretendía ser un corto mudo, y de cine mudo
tiene más bien poco. Por aquel entonces igual sólo habría visto la de Caligari,
Nosferatu, algún Chaplin y un Keaton,
y lo típico: Lumière, Méliès, cortos de la Biograph… ). La cuestión es que hoy
ha salido el sol cegador que se deja ver de vez en cuando.
He
subido a hacer la colada y me he encontrado con Jiminy, que me ha invitado a
almorzar, o mejor dicho a brunchear
comida coreana. Venía su mejor amigo a verla, es coreano pero vive en Leipzig
desde hace un par de años. Me ha preguntado si tenía huevos (en inglés la
expresión no suena tan mal). Le he dicho que no, pero podía mangar uno. Había
visto que Cyril tenía una caja en la nevera. Con el huevo en la mano he subido
a la cocina del piso de arriba. Al entrar al baño me he cruzado con su amigo,
que había llegado mientras yo robaba el huevo. Es muy simpático (igual soy yo,
pero todas las personas a las que estoy conociendo me parecen muy
simpáticas). Querían hacer día
turístico, pues Jiminy todavía no había podido ver bien la ciudad, y me han
preguntado. He cogido el Google Maps
y un papel en blanco y les he indicado la ruta básica de un día por el centro
de la ciudad. Después les he dejado solos. Cuando he aceptado el almuerzo (que
más bien ha sido comida a las doce de la mañana), no sabía que vendría su
amigo, así que cuando lo he visto me ha sabido mal. Pero no iba a rechazar la
invitación una vez aceptada, eso no se hace.
Lo
primero que he hecho al volver a la habitación ha sido vestirme con ropa de
calle (antes iba en pijama), y acercarme al supermercado a comprarle huevos a
Cyril. Me he fijado en el paquete de la nevera para comprarle el mismo. Tenía
tres supermercados a elegir y he escogido el correcto, el que tenía la misma marca.
Suerte. Más tarde, cuando me he cruzado con Cyril en el pasillo se lo he
explicado todo. Cuando le he dicho que le había quitado un huevo me ha puesto
cara ofendida, con razón, pero después le he dicho que le he comprado una
docena y ha comprobado que soy legal. Aunque la cara que me ha puesto, por
primera vez, me ha asustado. Pero como se suele decir: “más vale pedir perdón, que pedir permiso”, expresión que me parece
que ahora da nombre a un libro sobre el programa de Jordi Évole: Salvados.
He
estado editando la entrevista de Hanneke hasta que ella ha llamado a mi puerta,
justo en el momento en el que he comprobado que todo había quedado bien. No se
la he podido enseñar porque, por alguna extraña razón, al darle al play se ha puesto todo a renderizarse. Mañana, que la habré
exportado, la podrá ver y darme permiso para publicarla en Internet y no sólo en la posible exhibición del
proyecto.
Nos
hemos ido a ver una instalación en la Glashaus donde había un cortometraje de
su amiga griega Marina Stavrou. La verdad es que Marina ha hecho una pieza muy
interesante, aunque después conversando con ella no parecía estar del todo
satisfecha. Pero, los cineastas (o los artistas; o cualquier persona, en
realidad) ¿cuándo estamos realmente satisfechos de nuestro trabajo? Nunca. No
he querido darle mi opinión, porque con mi inglés seguro que la hubiera cagado.
Pero me he comprometido a escribir un texto de diez páginas, en español, con
mis impresiones y análisis de su trabajo. Le he dicho que me recordaba a Val del
Omar y que era un cumplido de los muy buenos. Se lo ha tomado bien. Le pasaré
algún trabajo de Val del Omar cuando le envíe el texto.
Habían
otras tres piezas, también muy interesantes: Una serie fotográfica de tres
artistas donde se veía una evolución de la casa prefabricada moderna a la
abstracción de la naturaleza, y en medio, el caos de la yuxtaposición entre
ambos conceptos. También una especie de mural interactivo en el que iban
cayendo barras negras dentro del vídeo, pero que si proyectabas tu sombra,
estás chocaban contra ti. Radares de movimiento o algo parecido, pero muy
divertido. Y la última era un semicírculo con las diferentes formas de
creencias contemporáneas, representadas por sus típicos lugares de oración, y
en el centro una pizarra con una especie de purpurina, que según donde te
sentabas veías en ella el símbolo de su respectiva religión.
Al
salir, hemos dado un largo y agradable paseo bordeando el río, haciendo una parada en el Lidl para comprarme
un par de pretzels. Al llegar a casa
le he pasado Cría cuervos, ya que
ayer no la pudo ver. Y me ha dicho que, sin darme ninguna pista, le pasara una
película que creyese que le gustaría. Algo muy complicado. He estado cinco
minutos entrando y saliendo de carpetas y subcarpetas de mi memoria externa
donde guardo más de mil películas. Le intentaba sacar pistas, pero no había
manera. Al final he optado por una de mis favoritas para pasar un buen rato y
ver algo diferente, y creo que le puede gustar: Punch-Drunk Love (Paul Thomas Anderson, 2002), una comedia
romántica muy bizarra, llena de música y color, que atendiendo a las respuestas
de la entrevista, a Hanneke quizás le cautive. Yo es que siento empatía con el
personaje de Adam Sandler. He estado a
punto de ponérmela esta noche, pero la he visto tantas veces que no quería
gastarla hasta verano, que es cuando suelo verla, así que he aprovechando que
había leído unas cartas de Godard a Truffaut, y viceversa, echándose pulgas por
La noche americana (François
Truffaut, 1973) y he decidido revisarla. Creo que le doy la razón a Godard,
aunque la parte romántica de Truffaut también está presente en una filmación,
pero no. El cine necesita estar vivo, salir a calle (localizaciones reales),
trabajar con los imprevistos, con la fugacidad, con la vida, que inspira, cada
momento de veracidad, tras la cámara.
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