domingo, 5 de enero de 2014

4-1-2014. Cantares y dolores

4-1-2014

Cantares y dolores

León Benavente dice las cosas claras cuando canta Revolución y advierte de que “se hunde el barco, se marcha la gente”.  Para prevenir esto, el gobierno español, que está devolviendo el país al siglo dieciocho con medidas como subvencionar clases de caza para niños de Castilla y León mientras recorta en cultura y sanidad, ha decidido que los jóvenes que salimos para buscar, ya no mejores, sino simplemente oportunidades laborales, perdamos el derecho a la sanidad pública en España si estamos tres meses fuera del país[1]. La Panda Proxeneta que nos gobierna, además, publicó esto de manera sibilina el 26 de diciembre, de manera encubierta entre el jolgorio navideño, el poco que se ha podido disfrutar este año.

Con esta noticia ha comenzado mi día, y he preferido no salir de casa no vaya  a ser que me tropiece, me rompa una pierna y  luego a ver quién me ayuda. He estado toda la mañana editando el vídeo musical entre el cante flamenco y el canto tradicional coreano, al que he llamado, simplemente, Cantares. Pensaba que sería más fácil hacerlo. La idea inicial era hacer un pantalla dividida en cuatro barras, cuatro franjas, y cada una ocupada por uno de los protagonistas de los dos vídeos. Es decir, en el vídeo coreano sale la mujer cantando y el hombre tocando el tambor, y en el vídeo flamenco tenemos a la chica cantando Soleá y al guitarrista. Uno por cada franja e intercalados. Pero claro, cada vídeo tiene un montaje diferente y era imposible para dividirlo en franjas y que siempre apareciese el mismo personaje en cada una. En resumen, aprovechando el fondo negro de ambos vídeos he jugado con las sobreimpresiones, la pantalla partida, la opacidad y las escalas para ir alternando o colocando simultáneamente las dos actuaciones, y así, por ejemplo, podemos ver a la cantante coreana mientras, por detrás, vemos la guitarra flamenca. El resultado ha sido bastante interesante. Yo creo que hay muchas similitudes, al igual que diferencias, por supuesto, entre ambas culturas y sus tradiciones. Isaki Lacuesta ya trabajo un poco este aspecto con la japonesa que va a estudiar flamenco en La leyenda del tiempo (2006), por lo que no soy el único que lo piensa y no debería preocuparme tanto que a alguien le sepa mal o le parezca un chiste de vídeo. 


Cuando he terminado, para despejarme, he salido a dar una vuelta. Una vez más, he pasado dos veces por delante de la librería española Bartleby  y no me he atrevido a entrar. Los sábados es día de vermut y mejillones y hay más gente de lo habitual. Prefiero ir un día tranquilo y así si la pifio pidiendo “un libro para llevar”, por ejemplo, no será muy grave. Que esté en un bajo y haya que descender por unas escaleras tampoco ayuda mucho ha que me sienta más seguro para entrar.

A la vuelta tenía un mensaje de Cyril en el ordenador. Había encontrado a las dos actrices para su cortometraje. Estaba contento y quería celebrarlo, así que me ha dicho de ir al Soulcat a tomar algo. Allí hemos pasado la noche hablando de nuestros cortos por hacer, los que vendrán, sobre cine, sobre por qué Berlín, sobre que me vendría bien una novia, sobre que el otro día cuando se volvió solo desde el Gretchen Club se peleó con uno que intentó robarle la cartera, sobre por qué no intenté nada con Florence…. Le he hablado de Desaparecer y me ha dicho que si necesito ayuda me echará un cable. Yo igualmente con su corto, pues necesita a un sonidista. A las doce hemos vuelto a casa. Me he ido directamente a la cama, no si antes comprobar correos y demás sentado en la silla del pasillo mientras me comía una galleta de chocolate. Un mensaje de Sofía a puesto un happy end al día.

Pero el día no terminaba ahí. El destino quería que mi comentario sobre la sanidad publica española no fuese únicamente una crítica, sino que tenía que estar justificada, así que a las tres de la madrugada un dolor me ha ido destrozando la espina dorsal, suavemente, como cuando vas perdiendo el efecto de la anestesia después de una operación. Me retorcía de dolor en la cama y no podía tragar la saliva. Ha sido como uno de mis ataques de alergia, pero esta vez de manera gratuita. Creo que es la tercera vez que me pasa, una por ciudad, Castellón, Barcelona y Berlín. Me he tomado las pastillas de la alergia por si acaso, y he ido al baño a vomitar la saliva mocosa que se me iba acumulando en la garganta. El dolor se ha hecho más soportable, pero imposible volver a dormir. Para dejar pasar el tiempo y centrar mi mente en otra cosa me he puesto a escribir. Ya lo dijo Woody Allen: “Escribir, en más de un aspecto le salvó la vida”, el gobierno español no.

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