4-1-2014
Cantares y dolores
León
Benavente dice las cosas claras cuando canta Revolución y advierte de que “se
hunde el barco, se marcha la gente”.
Para prevenir esto, el gobierno español, que está devolviendo el país al
siglo dieciocho con medidas como subvencionar clases de caza para niños de
Castilla y León mientras recorta en cultura y sanidad, ha decidido que los
jóvenes que salimos para buscar, ya no mejores, sino simplemente oportunidades
laborales, perdamos el derecho a la sanidad pública en España si estamos tres
meses fuera del país[1]. La
Panda Proxeneta que nos gobierna, además, publicó esto de manera sibilina el 26
de diciembre, de manera encubierta entre el jolgorio navideño, el poco que se
ha podido disfrutar este año.
Con
esta noticia ha comenzado mi día, y he preferido no salir de casa no vaya a ser que me tropiece, me rompa una pierna
y luego a ver quién me ayuda. He estado
toda la mañana editando el vídeo musical entre el cante flamenco y el canto
tradicional coreano, al que he llamado, simplemente, Cantares. Pensaba que sería más fácil hacerlo. La idea inicial era
hacer un pantalla dividida en cuatro barras, cuatro franjas, y cada una ocupada
por uno de los protagonistas de los dos vídeos. Es decir, en el vídeo coreano
sale la mujer cantando y el hombre tocando el tambor, y en el vídeo flamenco
tenemos a la chica cantando Soleá y
al guitarrista. Uno por cada franja e intercalados. Pero claro, cada vídeo
tiene un montaje diferente y era imposible para dividirlo en franjas y que
siempre apareciese el mismo personaje en cada una. En resumen, aprovechando el
fondo negro de ambos vídeos he jugado con las sobreimpresiones, la pantalla
partida, la opacidad y las escalas para ir alternando o colocando
simultáneamente las dos actuaciones, y así, por ejemplo, podemos ver a la
cantante coreana mientras, por detrás, vemos la guitarra flamenca. El resultado
ha sido bastante interesante. Yo creo que hay muchas similitudes, al igual que
diferencias, por supuesto, entre ambas culturas y sus tradiciones. Isaki
Lacuesta ya trabajo un poco este aspecto con la japonesa que va a estudiar
flamenco en La leyenda del tiempo
(2006), por lo que no soy el único que lo piensa y no debería preocuparme tanto
que a alguien le sepa mal o le parezca un chiste de vídeo.
Cuando
he terminado, para despejarme, he salido a dar una vuelta. Una vez más, he
pasado dos veces por delante de la librería española Bartleby y no me he atrevido a entrar. Los sábados es
día de vermut y mejillones y hay más gente de lo habitual. Prefiero ir un día
tranquilo y así si la pifio pidiendo “un libro para llevar”, por ejemplo, no
será muy grave. Que esté en un bajo y haya que descender por unas escaleras
tampoco ayuda mucho ha que me sienta más seguro para entrar.
A la
vuelta tenía un mensaje de Cyril en el ordenador. Había encontrado a las dos
actrices para su cortometraje. Estaba contento y quería celebrarlo, así que me
ha dicho de ir al Soulcat a tomar algo. Allí hemos pasado la noche hablando de
nuestros cortos por hacer, los que vendrán, sobre cine, sobre por qué Berlín,
sobre que me vendría bien una novia, sobre que el otro día cuando se volvió
solo desde el Gretchen Club se peleó con uno que intentó robarle la cartera,
sobre por qué no intenté nada con Florence…. Le he hablado de Desaparecer y me ha dicho que si
necesito ayuda me echará un cable. Yo igualmente con su corto, pues necesita a
un sonidista. A las doce hemos vuelto a casa. Me he ido directamente a la cama,
no si antes comprobar correos y demás sentado en la silla del pasillo mientras
me comía una galleta de chocolate. Un mensaje de Sofía a puesto un happy end al día.
Pero
el día no terminaba ahí. El destino quería que mi comentario sobre la sanidad
publica española no fuese únicamente una crítica, sino que tenía que estar
justificada, así que a las tres de la madrugada un dolor me ha ido destrozando
la espina dorsal, suavemente, como cuando vas perdiendo el efecto de la
anestesia después de una operación. Me retorcía de dolor en la cama y no podía
tragar la saliva. Ha sido como uno de mis ataques de alergia, pero esta vez de
manera gratuita. Creo que es la tercera vez que me pasa, una por ciudad,
Castellón, Barcelona y Berlín. Me he tomado las pastillas de la alergia por si
acaso, y he ido al baño a vomitar la saliva mocosa que se me iba acumulando en
la garganta. El dolor se ha hecho más soportable, pero imposible volver a
dormir. Para dejar pasar el tiempo y centrar mi mente en otra cosa me he puesto
a escribir. Ya lo dijo Woody Allen: “Escribir,
en más de un aspecto le salvó la vida”, el gobierno español no.
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