6-2-2014
Hora de aventuras
A
las ocho, mientras desayunaba, he empezado a leer el comic de Guy Delisle Pyongyang. A las nueve he retocado un
par de fotografías y me he vestido para una nueva escapada con Cyril, esta vez
a Beelitz – Heilstätten. A las diez hemos salido. Antes de coger el metro hemos
pasado por una panadería. Cyril se había olvidado de cenar la noche anterior y
tenía hambre. Yo había desayunado poco y sabía que no comeríamos en todo el
día, así que me he pedido una empanadilla de espinacas con queso que han
calentado al microondas y estaba muy buena, tanto, que al regresar he vuelto a
entrar en la panadería y me he comprado otra.
La
maquina de tickets no aceptaba billetes y no reconocía mi tarjeta de crédito.
Con las prisas de que llegaba el metro y los nervios de que no podía pagar como
quería, he comprado un ticket de día para las zonas AB, y no para ABC, que es
donde íbamos nosotros, casi a sesenta kilómetros de Berlín. Me he tenido que
comprar otro ticket de zona BC, pero eran otros siete euros y no quería
gastarme ese dinero, así que he comprado uno sólo de ida por dos euros,
pensando que a la vuelta ya compraría otro. Al metro le ha seguido una espera
de media hora delante del zoo para coger el tren que nos llevaría hasta
Beelitz. Al tren le ha seguido una espera de cinco minutos delante de una casa
abandonada para coger un autobús hasta no-se-muy-bien-dónde me quería llevar
Cyril. Al autobús le ha seguido una espera de cuarenta minutos a que volviera
el mismo autobús porque nos habíamos pasado por tres paradas y estábamos a
siete kilómetros de lugar indicado según el mapa de mi teléfono. Por suerte, la
parada de autobús estaba frente a un establo y me he podido acercar a hacerles
fotos a los caballos, que muy amigables, han venido a mí para posar y dejarse acariciar.
Cuando me han intentado lamer me he despedido.
Nos ha tocado pagar el autobús las dos veces que lo hemos cogido. El
conductor era el mismo y estoy seguro de que se acordaba de nuestras caras.
Además, Cyril le había preguntado la dirección la primera vez y el chofer le
había indicado, así que, por un lado, o bien nos podría haber avisado de cuando
bajar, o debería haberse dado cuenta y entender que nos habíamos equivocado y
hacer la vista gorda. Pero no, casi cuatro euros entre idas y venidas.
Después
de todo esto, la dirección que me había dicho Cyril y yo tenía marcada en el
Google Maps, era errónea. Nos hemos bajado a cuatro kilómetros de Beelitz –
Heilstätten, que resultaba ser la misma parada de tren. No nos hacía falta
coger el autobús. Pero no pasa nada, ha sido un buen paseo, con buen sol y aire
fresco en medio del bosque con los finos troncos de los árboles balanceándose y
amenazando con caerse sobre nuestras cabezas. Caminando, hemos dado con el
hospital que buscaba Cyril, y con toda una urbanización abandonada, justo al lado
de una completamente nueva pero idéntica. Un extraño paralelismo. Como no
sabíamos que nos íbamos a encontrar exactamente, cada edificio ha sido toda una
sorpresa. En uno de ellos había crecido dentro un nuevo bosque. Habíamos
encontrado el lugar tarde, pasadas las dos. Quedaban pocas horas de sol y
teníamos que ir rápido. Sólo hemos entrado en un edificio, el último, y el que
parecía más seguro. A diferencia de Krampnitz o la Ballhaus de Grünau, donde
estuvimos dentro casi todo el tiempo, en esta ocasión el fotografiar sólo
exteriores ha sido más relajante y novedoso. Prefiero fotografiar paisajes, y
si a esto se le suman edificios en ruinas, perfecto.
Otra
media hora de espera para coger el tren que nos había de llevar de vuelta a
Berlín. La estación no tenía maquina de tickets. Debería haberme comprado el de
la zona BC del día, así no me habría empezado a preocupar. Nada más subir le he
intentado explicar la situación a la revisora, pero entre que no entendía (mi)
inglés y que la estaban llamando por teléfono cada dos por tres, con un gesto
me ha mandado a sentarme y me ha dicho (o eso he entendido yo) que pasaría
luego a verme y que no me preocupase. Pasaban las estaciones y la revisora no
venía. Al final he llegado a la zona AB y mi ticket de día servía, no tenía que
preocuparme más. Un viaje gratis, pero la tensión se me ha quedado dentro hasta
que hemos llegado a casa. Cyril, de camino, se ha comprado un pollo y una
cerveza. Yo ya vería que tenía en la despensa.
Champiñones.
Sopa de champiñones y patatas fritas. Mientras preparábamos la cena, Paula nos
ha hecho compañía comiéndose sus espaguetis. Miny ha querido probar los
espaguetis. De paso, yo también. Luego nuestra cena. Y cuando estábamos
terminando ha venido Cristina con sus fideos Maggi. Miny ha querido probar los
fideos. Después ha venido la primera conversación seria sobre nuestro futuro. A
las tres de la madrugada ha terminado la charla con un “tomémonos estos meses para conocernos mejor y cuando se vaya acercando
el momento tomaremos las decisiones importantes”. Y pensando en esto me he
ido a mi habitación a dormir y tarareando “vamos
bien, pero podemos ir aun mejor” y que “el
tiempo se puede detener”:
De pequeño frente a un calendario
pregunté:
"
En diciembre, el 31, ¿se acabará el
mundo?"
Todos se rieron, yo no sabía por qué.
"Algo más?, oí, ?nos queda un poco
más".
No me convenció y fui hasta el reloj de la
pared.
Si no le doy cuerda, entiendo, lograré parar
el tiempo.
Se lo comenté a mi hermano y, él mirándome,
"¿para qué?" me dijo, "¿para
qué?".
Por primera vez sentía el miedo de verdad
y aún entonces ya sabía que no me
abandonaría.
Y soñé con una multitud siguiéndome
que me gritaba "El tiempo no se puede
detener".
Un buen día un carro se detuvo junto a
mí,
conducían camaleones de los que ponían
canciones
y con ellas decidí que iba a ser capaz
de disponer de toda la eternidad.
Y crecí tratando en vano de desentrañar
todo lo que el miedo esconde
y yo me hundía en el "Blonde On
Blonde"
haciendo que los días me duraran mucho más,
mucho más, lo juro, mucho más.
Y aunque el miedo se volviera a manifestar
para entonces ya sabía que no me
abandonaría,
y entre libros y canciones un día pensé
que tal vez el tiempo se podría detener.
Vamos bien, dije vamos bien, pero podemos
ir aun mejor.
Vamos bien, dije vamos bien, pero podemos
ir aun mejor
y entonces descubrí que el miedo esconde
muchos días y aún más noches
que alguien más sensato que yo querría
evitar.
Ahora escribo mis canciones y me refugio
en,
unas veces, cosas puras y, otras, las
drogas más duras.
Sé que no es perfecto pero hoy sí puedo
afirmar
que queda más, que queda mucho, mucho más.
Tan presente como el miedo se hizo la
verdad
y ahora que los tengo enfrente sé que
seguirán ahí siempre.
Y aunque sigan multitudes persiguiéndome,
ahora sé que el tiempo se puede detener,
ahora sé que el tiempo se puede detener,
ahora sé que el tiempo se puede detener.
El tiempo se puede detener (Nacho Vegas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario