viernes, 7 de febrero de 2014

6-2-2014. Hora de aventuras

6-2-2014

Hora de aventuras


A las ocho, mientras desayunaba, he empezado a leer el comic de Guy Delisle Pyongyang. A las nueve he retocado un par de fotografías y me he vestido para una nueva escapada con Cyril, esta vez a Beelitz – Heilstätten. A las diez hemos salido. Antes de coger el metro hemos pasado por una panadería. Cyril se había olvidado de cenar la noche anterior y tenía hambre. Yo había desayunado poco y sabía que no comeríamos en todo el día, así que me he pedido una empanadilla de espinacas con queso que han calentado al microondas y estaba muy buena, tanto, que al regresar he vuelto a entrar en la panadería y me he comprado otra. 



La maquina de tickets no aceptaba billetes y no reconocía mi tarjeta de crédito. Con las prisas de que llegaba el metro y los nervios de que no podía pagar como quería, he comprado un ticket de día para las zonas AB, y no para ABC, que es donde íbamos nosotros, casi a sesenta kilómetros de Berlín. Me he tenido que comprar otro ticket de zona BC, pero eran otros siete euros y no quería gastarme ese dinero, así que he comprado uno sólo de ida por dos euros, pensando que a la vuelta ya compraría otro. Al metro le ha seguido una espera de media hora delante del zoo para coger el tren que nos llevaría hasta Beelitz. Al tren le ha seguido una espera de cinco minutos delante de una casa abandonada para coger un autobús hasta no-se-muy-bien-dónde me quería llevar Cyril. Al autobús le ha seguido una espera de cuarenta minutos a que volviera el mismo autobús porque nos habíamos pasado por tres paradas y estábamos a siete kilómetros de lugar indicado según el mapa de mi teléfono. Por suerte, la parada de autobús estaba frente a un establo y me he podido acercar a hacerles fotos a los caballos, que muy amigables, han venido a mí para posar y dejarse acariciar. Cuando me han intentado lamer me he despedido.  Nos ha tocado pagar el autobús las dos veces que lo hemos cogido. El conductor era el mismo y estoy seguro de que se acordaba de nuestras caras. Además, Cyril le había preguntado la dirección la primera vez y el chofer le había indicado, así que, por un lado, o bien nos podría haber avisado de cuando bajar, o debería haberse dado cuenta y entender que nos habíamos equivocado y hacer la vista gorda. Pero no, casi cuatro euros  entre idas y venidas.


Después de todo esto, la dirección que me había dicho Cyril y yo tenía marcada en el Google Maps, era errónea. Nos hemos bajado a cuatro kilómetros de Beelitz – Heilstätten, que resultaba ser la misma parada de tren. No nos hacía falta coger el autobús. Pero no pasa nada, ha sido un buen paseo, con buen sol y aire fresco en medio del bosque con los finos troncos de los árboles balanceándose y amenazando con caerse sobre nuestras cabezas. Caminando, hemos dado con el hospital que buscaba Cyril, y con toda una urbanización abandonada, justo al lado de una completamente nueva pero idéntica. Un extraño paralelismo. Como no sabíamos que nos íbamos a encontrar exactamente, cada edificio ha sido toda una sorpresa. En uno de ellos había crecido dentro un nuevo bosque. Habíamos encontrado el lugar tarde, pasadas las dos. Quedaban pocas horas de sol y teníamos que ir rápido. Sólo hemos entrado en un edificio, el último, y el que parecía más seguro. A diferencia de Krampnitz o la Ballhaus de Grünau, donde estuvimos dentro casi todo el tiempo, en esta ocasión el fotografiar sólo exteriores ha sido más relajante y novedoso. Prefiero fotografiar paisajes, y si a esto se le suman edificios en ruinas, perfecto.

h

Otra media hora de espera para coger el tren que nos había de llevar de vuelta a Berlín. La estación no tenía maquina de tickets. Debería haberme comprado el de la zona BC del día, así no me habría empezado a preocupar. Nada más subir le he intentado explicar la situación a la revisora, pero entre que no entendía (mi) inglés y que la estaban llamando por teléfono cada dos por tres, con un gesto me ha mandado a sentarme y me ha dicho (o eso he entendido yo) que pasaría luego a verme y que no me preocupase. Pasaban las estaciones y la revisora no venía. Al final he llegado a la zona AB y mi ticket de día servía, no tenía que preocuparme más. Un viaje gratis, pero la tensión se me ha quedado dentro hasta que hemos llegado a casa. Cyril, de camino, se ha comprado un pollo y una cerveza. Yo ya vería que tenía en la despensa.

Champiñones. Sopa de champiñones y patatas fritas. Mientras preparábamos la cena, Paula nos ha hecho compañía comiéndose sus espaguetis. Miny ha querido probar los espaguetis. De paso, yo también. Luego nuestra cena. Y cuando estábamos terminando ha venido Cristina con sus fideos Maggi. Miny ha querido probar los fideos. Después ha venido la primera conversación seria sobre nuestro futuro. A las tres de la madrugada ha terminado la charla con un “tomémonos estos meses para conocernos mejor y cuando se vaya acercando el momento tomaremos las decisiones importantes”. Y pensando en esto me he ido a mi habitación a dormir y tarareando “vamos bien, pero podemos ir aun mejor” y que “el tiempo se puede detener”:

De pequeño frente a un calendario pregunté:
"
En diciembre, el 31, ¿se acabará el mundo?"

Todos se rieron, yo no sabía por qué.

"Algo más?, oí, ?nos queda un poco más".



No me convenció y fui hasta el reloj de la pared.

Si no le doy cuerda, entiendo, lograré parar el tiempo.

Se lo comenté a mi hermano y, él mirándome,

"¿para qué?" me dijo, "¿para qué?".

Por primera vez sentía el miedo de verdad

y aún entonces ya sabía que no me abandonaría.

Y soñé con una multitud siguiéndome

que me gritaba "El tiempo no se puede detener".



Un buen día un carro se detuvo junto a mí,

conducían camaleones de los que ponían canciones

y con ellas decidí que iba a ser capaz

de disponer de toda la eternidad.



Y crecí tratando en vano de desentrañar

todo lo que el miedo esconde

y yo me hundía en el "Blonde On Blonde"

haciendo que los días me duraran mucho más,

mucho más, lo juro, mucho más.



Y aunque el miedo se volviera a manifestar

para entonces ya sabía que no me abandonaría,

y entre libros y canciones un día pensé

que tal vez el tiempo se podría detener.



Vamos bien, dije vamos bien, pero podemos ir aun mejor.

Vamos bien, dije vamos bien, pero podemos ir aun mejor

y entonces descubrí que el miedo esconde

muchos días y aún más noches

que alguien más sensato que yo querría evitar.



Ahora escribo mis canciones y me refugio en,

unas veces, cosas puras y, otras, las drogas más duras.

Sé que no es perfecto pero hoy sí puedo afirmar

que queda más, que queda mucho, mucho más.



Tan presente como el miedo se hizo la verdad

y ahora que los tengo enfrente sé que seguirán ahí siempre.

Y aunque sigan multitudes persiguiéndome,

ahora sé que el tiempo se puede detener,

ahora sé que el tiempo se puede detener,

ahora sé que el tiempo se puede detener.


El tiempo se puede detener (Nacho Vegas)

No hay comentarios:

Publicar un comentario