jueves, 5 de diciembre de 2013

4-3-2013. I give to you. For you

4-12-2013

I give to you. For you

Las mañanas cada día son más grises. El caminante kamikaze comienza a dar sus primeros pasos.

Me he levantado a las 8.30 para aprovechar la luz e irme a ver y grabar la Alexanderplatz. El cielo estaba nublado, con lo que luz del sol no había. Por una parte me ha venido bien, pues he grabado toda la mañana con la misma luz. Por otra, ha hecho que el centro de Berlín me haya parecido triste y apagado. Quizás haya ido demasiado pronto a la Alxenderplatz. Como está a unos 5,3 kilómetros de casa, y quería ir dándome un paseo, a las 9,30 ya estaba saliendo de la residencia.


Una hora y cuarto después, aproximadamente, estaba frente a las puertas del mercado navideño de la plaza. Sí, era demasiado pronto. Apenas había gente, tanto berlineses como turistas. Me he llevado una decepción. Tan idealizado que tenía el lugar después de ver la serie de Fassbinder Berlin Alexanderplatz (1980), y hace unas semanas descubrir la Berlin-Alexanderplatz – Die Geschichte Franz Biberkopfs (1931) de Phil Jutzi. Habrá sido el clima, o la hora, lo que ha hecho que sobre las 11 de la mañana la plaza estuviera casi vacía y muchos parapetos cerrados. A las 13.00h, cuando he vuelto a pasar, el ambiente no había mejorado. Después hablando con Hyeja, mientras ella comía y yo fregaba los platos, se lo he comentado: “Alexanderplatz is so quiet” (es tan tranquila). A Hye le ha hecho gracia mi comentario y me ha dicho que vuelva por la noche. Así que volveré. La primera correspondencia del proyecto, que tendrá aquí su lugar, será nocturna (o quizás no. Eso nunca se sabe, al igual que nunca se que voy a terminar grabando a lo largo del día).

Lo bueno de ir con mi pequeña, maravillosa y mágica handycam Panasonic HDC-SD9 son tres cosas: que ya me conoce y sabe lo que tiene que grabar y cómo grabarlo (el encuadre, la intensidad lumínica, el contraste…), que la gente me toma por un turista más o por un ciudadano que se pasea con cámara y trípode al hombro de un lado al otro (con lo que no suelen decirme nada y paso desapercibido), y, hace que sucedan cosas delante de ella solo con darle al play (se produce una especie de invocación que llama al movimiento y a las acciones, siempre que sean necesarias, y eso lo decide la casualidad, que  parece ser entiende a mi subconsciente). La verdad es que es algo difícil de explicar, un hecho increíble, pero después de grabar el primer plano los demás van saliendo tal como quiero que salgan, casi por arte de magia, pues no hago más que plantar la cámara en el lugar donde pase más desapercibido, me quedo quieto como un palo pensando que me haré invisible y miro hacia otro lado, una vez decidido el encuadre, haciendo como si nada. (Nota: En día nublados como hoy, el enfoque me toca bastante las narices y cuesta sacar el plano correcto. Con lo que debo poner en evidencia que todo el párrafo es una idealización de mi trabajo y mi cámara, porque ella lo vale).

Después de grabar Alexanderplatz, y el pirulí de Berlín (situado en una desoladora plaza) que me ha permitido hacer unos maravillosamente geométricos planos basados en las líneas, la profundidad y los encuadres dentro de encuadres, una torre cubierta de andamios y telas de seguridad me ha llamado la atención. Allí que me he ido dispuesto a grabar la fachada en obras. Hablamos de las obras de Madrid, pero la capital alemana no se queda corta. Como me gusta grabar obras la jugada ha salido redonda. Me ha llamado la atención un cartel situado entre dos estatuas que parecían hacerle la propaganda perfecta a la empresa “Gerüsbau Tisch” (Andamios Mesa). Lo de Mesa no se si será el apellido del dueño que ha sufrido esta mala coincidencia o un nombre mal buscado para la empresa.


Los edificios, a plena vista, seguían llamando mi atención. Así que iba de uno a otro sin perder el rumbo. Lo que más me ha gustado del centro de Berlín (y de la ciudad en general), por el momento, es la apertura de sus espacios. Las calles son grandes, los edificios no son magnas moles como en Nueva York (salvo los grandes centros comerciales y algunas oficinas); se puede respirar, y hay mucho verde por toda la urbe. Y también agua. Las curvas y los cauces del río Spree hacen que la ciudad parezca estar junto al mar. Con lo que me gusta grabar cerca del agua. Algunas estatuas ya estaban llamando mi atención, como las sirenas a Ulises (Odiseo) en la Odisea de Homero. Aunque mi periplo está más cercano al Ulises (Ulysses) de Joyce.


Siguiendo mi camino, en Lustgarten una señora me ha pedido dinero. Ya lo veía venir cuando estaba grabando una inmensa fachada junto al jardín, casi inabarcable para mi cámara desde la distancia adecuada. Y aprovechando que menciono la canción de Christina Rosenvinge, citaré unas estrofas de la letra: “Nunca para ti es quizás, yo no me equivocaba […] Esa señorita, que rima conmigo, que te ronda siempre alrededor”. Volviendo al “ya lo veía venir”: de fondo escuchaba a una niña preguntar a la gente “Do you speak english?”. Una mirada de reojo para comprobar que estaba pidiendo dinero. He terminado de grabar la fachada y me he ido hacia el centro del Lustgarten. La niña se ha quedado preguntando a una pareja de señoras de mediana edad. A los pocos pasos de alejarme he escuchado la voz de la madre de la niña: “Do you speak english?”. “No, sorry”. “Und Deutsch?”. Cara de “¿qué? y un “Sorry, Spanish”. He seguido hacia el centro del parque. La mujer ha preguntado a otras personas. Justo antes de darle al play la mujer ha vuelto, hablando un perfecto español. “Por favor. Para mis hijas. Es navidad. Por favor”. Le he dado dos euros del poco suelto que llevaba encima. “Muchas gracias. Feliz navidad. Felices fiestas”.

Después de  grabar el plano, camino de la fachada del otro edificio que domina el Lustgarten, ha venido la niña pidiéndome que leyera un papel que llevaba encima. Le he dicho, con mi horrible inglés, que ya le he dado dinero a su madre. Ella me ha dicho que no es su madre, que es otra señora que va pidiendo. Me ha hecho detenerme y leer el papel. He insistido en que lo siento, que no puedo darle dinero a todo el mundo, que si no es su madre, lo siento, pero que llevo poco dinero y ya se lo he dado a otra persona. Ella también ha insistido y me ha seguido hasta que nos hemos cruzado con un grupo de turistas. Después de insultarme en algún idioma que desconozco (creo) corre hacia ellos. Unos minutos más tarde, mi cámara ha grabado a la niña junto a la señora a la que le he dado el dinero y  a otro grupo de niños y señoras. Parecían estar debatiendo o haciendo la colecta de lo recaudado. Esta grabación ha sido casualidad. Yo estaba grabando a un grupo de estudiantes que se dirigían al edificio. Al salir estos del plano, en el fondo, muy lejos, se han aparecido estas reveladoras imágenes. A veces el fuera de campo se descubre por si mismo.


Antes de volver a casa me he paseado por los jardines que dan entrada a los museos de la Museumsinsel (Isla de los museos). Allí he podido jugar con las estatuas y su relación con los visitantes.  Me ha llamado la atención la de una arquera que parece apuntar a las personas que van pasando por detrás de las columnas que rodean el parque, como si fueran los patos del tiro al blanco. Y eso es lo que he buscado capturar.


Con los pies helados (necesito las botas), después de cinco horas caminando he llegado a casa y me he puesto a hacer la comida. Había hambre, así que he decidido hacerme los tortellini de marca buena que me compré el otro día en el Lidl. Mala elección. Incluían una salsa que he probado mientras los cocinaba, y resulta que ésta llevaba algo raro que me ha empezado a dar un ataque de mi alergia a los frutos secos y al marisco. Para que no fuera a mayores, nada más he notado los síntomas me he tomado las pastillas y el malestar ha remitido. Además, los tortellini resulta que estaban rellenos de carne. ¡Cómo se me había podido olvidar que los tortellini siempre llevan relleno! (Nota: soy vegetariano). Y para rematar la jugada, la cuchara con la que he removido la salsa que me ha dado alergia era la que he utilizado para remover los tortellini, dejando el agua en la que se estaban hirviendo con toda su esencia. En conclusión: a comer otra cosa. Lección aprendida: comprar comida más básica todavía, como macarrones o espaguetis y nada de salsas desconocidas.

Para no tirar los tortellini, pues todavía quedaba la mitad del paquete, he aprovechado que cuando he salido a fregar estaba comiendo Hye y le he dicho si los quería. Le he tenido que explicar, con mi horrible inglés, que soy vegetariano y que se los daba. Me ha dicho si quería hacer un intercambio. Directamente le he dicho, con el mismo tono que el socorrista coreano de En otro país (2012) de Hong Sang-soo le dice a Isabelle Huppert: “I give to you. For you”. A sonreído y me lo ha agradecido. Pero me ha dicho que no sabía como cocinarlo. “Easy. Hot Water, Fifteen minutes”.


Después me ha dicho que si soy vegetariano me gustará la comida coreana. Como ya no sabía darle la respuesta en inglés he tirado del traductor del móvil con reconocimiento de voz. El traductor le ha respondido: “No lo he probado pero seguro que está muy bueno”. Hemos quedado que un día preparará comida coreana. A ver si la semana que viene… yo le preguntaré de hacerle la entrevista para el proyecto, y ella (espero) se prestará a hacerla, y a preparar una comida coreana. A trompicones al final hemos tenido una breve conversación en la que me ha contado que está haciendo un trabajo de pintura a medio camino entre lo abstracto y lo concreto. Algo que se acerca bastante a lo que estoy buscando con mis grabaciones: mostrar el lugar tal cual es, pero sacando toda la plasticidad de la imagen a través de las formas, líneas y colores. Buscar la mirada artística de la cotidianidad.



Apunte final del día: no estaba previsto, de hecho ya tenía redactada la entrada de hoy, pero al verme en casa desde las tres de la tarde he decidido buscar los cines más cercanos que tuviera cerca de la GlogauAIR y ver su programación. En el Movimiento Kino ponían Jeune & Jolie (2013) de François Ozon. Me he acercado a eso de las diez y las calles estaban desiertas. Parecía Castellón un día entre semana de madrugada. Entre eso, la poca iluminación y la rústica peculiaridad del barrio no me sentía muy seguro. Unos jóvenes reían en la oscuridad. Una persona ha decidido tomar el mismo camino que yo durante un par de calles. Mi ritmo acelerado y mi sentido de la orientación me han ayudado a controlar los nervios.

El cine es una maravilla. Movimiento es, según indica en la entrada, ¡el cine más antiguo de Alemania! Una pequeña puerta da entrada a un pasillo lleno de carteles de películas. Folletos. Me fijo en uno del ciclo “Cine en español” que tiene la película de Pablo Berger, Blancanieves (2012) en portada. Unas escaleras y una cortina negra dan paso a un hall que hace a la vez de pequeño pub y taquilla. La chica que hay detrás de la barra es muy amable y simpática. Me he sorprendido de mi refinado acento francés cuando le he dicho: “One for Jeune et Jolie”. La sala es pequeña. Habrán entre sesenta y setenta butacas. La pantalla generosa. Al principio éramos dos en la sala. Me recordaba al Espai d’Art Contemporani de Castelló. Al final éramos siete, que para una ciudad (o un barrio) que parece dormir a las 22.30 de la noche, no está mal.  

François Ozon no es de mis cineastas franceses favoritos, le he comentado a Cyril al encontrármelo mientras me preparaba la cena.  De los contemporáneos me quedo con Bonello y Desplechin. No me ha salido ningún otro en ese momento. Hemos hablado de la situación del cine español, del momento tan creativo en el que se encuentra y de la mala acogida que tiene en las salas de España. Le he mencionado a Alberto Morais y Los chicos del puerto como ejemplo de que hacemos un cine que se aprecia en todo el mundo y no deja de viajar por festivales, pero que en casa tiene un acceso difícil a las salas de exhibición comerciales. Volviendo al tema Ozon: como decía, no es un director que me entusiasme. Apenas tres películas suyas me han gustado. En otras he estado a punto de salirme de la sala. Pero he de reconocer que sus últimos trabajos: Dans la maison y Jeune et Jolie me parecen muy interesantes. Jenue & Jolie me ha parecido una buena película que sabe como jugar con el espectador entre lo predecible y el giro de guión inesperado, lo tópico y lo profundo, la belleza y la crudeza. Y, lo más interesante, es el retrato que hace de su protagonista cuando se descubre su situación (a mi parecer y tras un primer visionado en versión original subtitulada en alemán). Por un momento me he sentido como esos jóvenes turcos de la Nouvelle Vague que iban a la Filmoteca Francesa a ver las películas sin doblaje, fijándose en la forma, entendiendo la historia a través de las imágenes y las entonaciones, descubriendo la magia del cine. 




martes, 3 de diciembre de 2013

3-3-2013. El recolector del fuera de campo

3-12-2013

El recolector del fuera de campo

Voy a necesitar las botas de montaña. Después de pasarme la mañana en el parque pisando el barro, las hojas mojadas, algún que otro charco y calándome de frío poco a poco… he llegado a casa con los pies húmedos y a punto de ser amputados. Adiós zapatillas de calle, hola zapatillas de ir por casa. Había salido a dar una vuelta para conocer el barrio, pero… la vuelta se ha convertido en el primer día de grabación de lo que será el proyecto principal. A priori, porque, cosas del arte y la mente creativa hacen que las ideas cambien cada día muchas (demasiadas) veces. Pero comencemos por el principio.

Aparte de las botas, también necesitaré un antifaz de esos para dormir. No puedo con la luz que entra, aún de noche, por la ventana. No hay persianas y las cortinas no cubren por completo. Mis ojos se adaptan a la oscuridad y veo lo suficiente para encontrar una aguja en un pajar. Nota mental el próximo día que toque Lidl: comprar antifaz. O, a una mala, como cantan Manos de topo: “maquillarse un antifaz”. En conclusión, una Mala Noche, como la película de Gus Van Sant.

Pero la mañana me deparaba muchas cosas. He salido a prepararme el desayuno a la cocina. He vuelto a la habitación un momento a coger algo, no recuerdo el qué, y al volver a la cocina estaba la coreana Heyja poniéndose el café a calentar vestida con una toalla, recién salida de la ducha. Por mi parte un “sorry, sorry”. Por la suya una rápida escapada a la habitación con la mirada gacha.

Como decía, he decidido darme una vuelta por el barrio esta mañana. No me he tapado mucho, pues la idea era un ir y venir. Tres mangas, que para mí ya es mucho, y mi braga de cuello fina, la que llevo habitualmente. Me he dejado los guantes. (Por la tarde, braga de cuello gorda y guantes. Lección aprendida). Por si acaso, he cogido la cámara. Al salir y llegar al río no he podido resistirlo: a grabar. Hacía un sol de atardecer (aunque era medio día) magnífico para grabar. Las primera imágenes, como me suele pasar: las ramas de un árbol, las ramas de un árbol con un pájaro grande, una ardilla acosada por dos pájaros en la falda de un árbol, un árbol en el que hay cientos de pequeños pájaros revoloteando a su alrededor. Todo esto, más que nada, para que la gente vaya viendo que estoy grabando cualquier cosa y que así, de pasada, les puede tocar a ellos. Gente alejándose. El río, de aguas doradas con esa potente luz amarilla que comienza a caer. Un zapato de Prada abandonado. Unos pescadores. Tenía un plano general muy bonito, pero se me ha olvidado darle al “play”. Menos mal que en el plano general corto me he dado cuenta.


He entrado al objetivo principal del recorrido: el Görlitzer Park. Allí me he dado cuenta de dos cosas. Una: el proyecto que tenía pensado se viene abajo. No por ello no se realizará. Se llevará a cabo, pero en menor medida. Los artistas de la residencia apenas salen de sus habitaciones cerradas con llave. Solo lo hacen para comer, ir al baño o salir del edificio, con lo que la interacción por ahora es limitada. El documental sobre la residencia sigue en pie, pero quizás lo dejé en cortometraje y será de la residencia desde mi posición como artista que reside en el lugar. Y las entrevistas pues… esperaremos a la semana que viene a hacer la primera intentona.

Otra de las razones por las que el proyecto está tomando un nuevo rumbo es porque, después de pasarme la mañana grabando inesperadamente y encontrando cosas, he decidido que el grueso del proyecto será mi particular retrato de Berlín utilizando la metodología de trabajo que suelo practicar: salir con mi cámara e invocar los acontecimientos frente a ella en cualquier lugar de la ciudad que recorra. Me viene la magnífica London (1994) de Patrick Keiller a la memoria. Y pienso (sé) que estas imágenes que voy a tomar, que ya estoy tomando, son y serán únicas. Y esa debería ser la voluntad que tendría que mover a cualquier cineasta de hoy día: crear imágenes únicas, que no sean copias de otras que ya se han hecho; y que no puedan ser copiadas. Así pues, mi trabajo más serio (por ahora, pues como veis, al segundo día de estar aquí ya he dado una vuelta de tuerca bastante grande) va a seguir la línea de lo que me ha llevado hasta Berlín. Pero nunca hay que dejar el proyecto que fue seleccionado, pues no hay nada más importante que el compromiso. Sea con uno mismo, con otra persona o con un contrato (siempre siendo ético contigo).

De la segunda cosa que me he dado cuenta hoy ha sido de que por mucho que grabe, por mucho que escriba, lo realmente importante de cada pieza que haga aquí será aquello que se quede fuera de mis imágenes. El fuera de campo. Lo que se oculta fuera de los márgenes, detrás de los objetos, de las puertas, de lo árboles. Lo que desaparece de la imagen. Al final resultará que sí, que eso del desaparecer aquí va a ser una pieza clave y no solo un título atractivo.

¿Cómo me he dado cuenta de esto? He entrado en el Görlitzer Park como si nada. A medida que iba avanzando los ecos de los traficantes de drogas se hacían más presentes por cada rincón del lugar. Me he cruzado el parque de punta a punta bajo su atenta mirada, sospechosa, intrigada, expectante a ver si les enfocaba. A plena luz del día, en los lugares más abiertos del vergel (sí, es ironía)… y en los más oscuros también, no se ocultaban. En grupo o en pareja, de todas las razas aunque mayoritariamente negros, hablando con un grave tono de voz que, llegando desde mis espaldas, me calaba en los huesos. Yo iba con mi cámara al hombro, sobre el trípode, como si la cosa no fuera conmigo. Y no iba conmigo. Pero no suele ser muy habitual ver a un chaval grabando cualquier cosa del parque, con lo que me sentía observado y en peligro. Pero no ha pasado nada. Yo no les he grabado y ellos no me han dicho nada. Fuera, en los márgenes del encuadre ha quedado el verdadero problema del lugar. Pero las imágenes han dado cuenta de ello, se ven las huellas de esa situación. Decir sin decirlo. Buscar la opción que esté a medio camino entre conservar la cámara y grabar aquello que te interesa grabar. 


El otro hecho destacable del parque ha sido el grito que me ha pegado una mujer cuando me ha visto preparar el trípode para grabar a una cabra. Me explico: dentro del parque había un pequeño zoo con animales de granja tales como pollos, burros, cabras, ovejas, etc. Un grupo de cabras eran particularmente curiosas, muy barbudas ellas. No como las que solemos ver por nuestra sierra ibérica. Así que quería grabar a la cabra. El grito de la mujer, en alemán, me ha llevado a contestarle un “Sorry, I Don’t Understand You” (se me había olvidado la única frase en alemán que me sé de corrido: “Ich Kan Kein Deutsch”, que quiere decir: “Yo no hablo alemán”, o algo parecido). Enseguida la mujer ha girado la cara y se ha puesto a hablar con el cuidador de los animales que estaba atendiendo a otras cabras. Como es mi primer día en la calle lo he dejado pasar. Pero volveré para grabar a la cabra.

Hablaba de que mis compañeros de piso solo salen a la hora de comer. Y así ha sido. Mientras me preparaba unas patatas bravas y una ensalada, Libby, mi compañera británica, ha hecho acto de presencia por primera vez. Y, al igual que Heyja, ha entrado en la cocina solo con la toalla camino de la ducha (para que quede claro: el cuarto de baño está cruzando la cocina). Nos hemos presentado y ha seguido su camino. Yo seguía cortando las patatas cuando a Libby la han seguido otras tres amigas de la misma guisa, entrando también en el baño.

Mientras ellas se duchaban y yo calentaba las patatas y cortaba los tomates de la ensalada, ha entrado Cyril, el francés. Los dos callados. He decidido romper el hielo preguntándole alguna tontería como cuál era su nombre porque no lo recordaba, o algo por el estilo. Luego el me ha preguntado de dónde era. Le he dicho que de Castellón. Como parecía que le estuviera hablando en otro idioma le he dicho que de Valencia. Parece que tampoco la conocía y me ha vuelto a hacer la pregunta. Yo le he dicho en mi horrible inglés: “You ask to me where i from, ¿no?”. Ha sonreído y asentido al mismo tiempo. “Valencia”. Duda y asiente. “I from Castellón, in middle of Valencia and Barcelona”. Pero esta parte ya no la ha escuchado. Unos instantes después me ha preguntado que si soy italiano. Ahora soy yo el sorprendido. Le digo que no y el se disculpa. “Don’t Worry”. Me ha comentado que le gusta mucho el cine, sobretodo el fantástico y el de efectos especiales. Me ha preguntado si yo también estoy haciendo algún trabajo relacionado con los efectos especiales. Le digo que no, que yo trabajo con la realidad, que busco lo imprevisto en el día a día. Le cito a Wiseman y al cine directo. A Varda y sus Espigadores y la espigadora (2000).

Es un recurso muy manido, y siempre con el ejemplo de la “espigadora de imágenes Varda”. Pero, al menos para mí y en esta ocasión así es, soy un espigador de imágenes de la realidad berlinesa. Un espigador que  busca recolectar lo que no se recolecta. Y el espigador que bien lo espigue mal espigador será, pues, si realmente quieres recolectar la realidad: déjala en fuera de campo. Si pones la cámara frente a esos drug dealers del Görlitzer Park habrían pasado dos o tres cosas: me quedo sin cámara y sin cara; habrían actuado para la cámara o modificado su comportamiento, con lo que ya estaría manipulando su realidad; o se habrían dirigido a cámara para decirme algo o soltar algún discurso y luego seguir a lo suyo, sabiendo que hay una cámara grabando. Lo contaba un profesor en las, pocas pero instructivas, clases que he podido dar en la Pompeu Fabra: “los fotoperiodistas en las guerras no sacan las cámaras cuando hay un arma de por medio, porque la cámara será quien mate al amenazado, porque el que tiene el arma disparará para que el fotoperiodista tenga su fotografía”. Una cámara puede ser más peligrosa que una pistola, y, por lo tanto hay que saber utilizarla. Hay que saber recolectar imágenes y que dejar fuera de campo, pero teniéndolo siempre presente dentro del encuadre. Dirá mucho más de esa situación el rastro que ha dejado en el paisaje que una pose impuesta. Si, también soy consciente de que mi presencia ya modifica su comportamiento, pero como a ellos no les grabo mis imágenes del paisaje no se ven contaminadas por su cambio de actitud. Es algo difícil de explicar y que siempre estará en debate. Pero, para mi en este momento, pienso que hay que intentar ser un recolector del fuera de campo, pues la (única) verdad está ahí fuera. Ya lo decían Mulder y Scully.



PS: Para redondear está declaración de principios contaré otra anécdota del día. Grabando el que sería el último plano de hoy, ya de noche (siendo las cinco menos cuarto de la tarde) alguien desde las alturas, a modo Deus Ex Machina, me ha lazando un ñapo.

lunes, 2 de diciembre de 2013

2-12-2013. Conquista de lo inútil

2-12-2013

Conquista de lo inútil

Conquista de lo inútil. Conquista. Inútil. Los hechos han provocado que el libro de Werner Herzog, Conquista de lo inútil, diario del rodaje de su obra magna Fitzcarraldo (1982), haya pasado todo el vuelo hasta Berlín reposando sobre mis rodillas.

Para comenzar el día: mis botas de montaña, muy herzogianas por cierto, se habían quedado en Castellón. En unos días espero recibir el paquete de correos que me las traiga, y así poder convertirme en caminante kamikaze como canta Fernando Alfaro.

Esto para empezar. Pero ya lo dice la letra de Do me a favour de Arctic Monkeys: It’s the beginnig of the end, the car went up the hill, And disappeared around the bend, ask anyone they’ll tell you that. It’s these times that it tends, The start to breaking up, to start to fall apart. Oh! Hold on to your heart.  Aparcamos rápido en el aeropuerto, pero no frente a la terminal desde la cual debía coger el avión: Terminal C. La palabra Terminal me ha recordado un relato del libro de Pedro: El curso del Agua Caliente, que me he traído como libro de cabecera junto al de Herzog y un par de Camus. Además de un jugoso libro de cuentos chilenos contemporáneos que me ha dejado María.

La maleta llevaba exceso de equipaje. Me ha tocado pagar 35€ y dejar en tierra el disco duro con todas mis películas en Divx porque seguía pesando un kilo más de lo permitido. También el libro de Herzog se ha quedado fuera. Para poder llevármelo lo he guardado en un bolsillo del abrigo polar que mamá ha insistido en coger para cuando caiga el invierno. En el control de seguridad, toque de atención: he pasado con el portátil dentro de la mochila: a volver a pasar por el control, con la mochila en una bandeja y el portátil en otra.

Mi asiento  estaba ocupado en el avión. Lo ha ocupado un hombre cuyo amigo se sentaba delante y no dejaba de llamar a una tal Sara, sentada unos asientos por detrás de mi. Pobre Sara, que viaje más cansino va a tener. En fin, mi lugar era el asiento de al lado, también pasillo, así que lo he dejado pasar. Al dejar en el compartimento superior la mochila y el abrigo polar, la azafata me ha dado un (el tercero del día) toque de atención: Tenía que ajustar mejor el abrigo a la esquina del compartimento. El libro de Herzog hacía que se cayera constantemente de encima de la mochila. Libro fuera del bolsillo y a llevarlo en la mano.

No podía tocarme otra pareja al lado que una de pijos de mediana edad con relojes bañados en oro que decían frases como: “voy al toilet”, “déjame el mobile” y  que comían “Fini Chips”. Llevaban una guía de Berlín que ojeaban con tontuna. Se preguntaban quién era Bismark y “¿qué es una cuadriga?”, le ha dicho ella a él. “Cuatro caballos”, le ha contestado. “Esto dice que encima de la puerta de Brandeburgo hay una cuadriga”. “Claro, hay un carro con cuatro caballos, con una cuadriga”.  Cuando se han cansado de la guía, pues "todavía no he pasado de la primera guerra mundial", se han puesto a hablar de los regalos de navidad para la familia y que "no pasarán de los 80 o 100€ por persona". Ella se ha cansado, se ha puesto sobre el hombro de él y se ha echado una cabezada.

Era hora de ir entrando en situación. Faltaban dos horas de vuelo y tocaba ponerse el álbum que da nombre a este proyecto: Desaparezca aquí de Nacho Vegas. Mientras  lo buscaba en el reproductor de música, el título del libro de Herzog no dejaba de venirme a la cabeza: Conquista de lo inútil. Conquista. Inútil. El hombre que casi conoció a Michi Panero: “Es hora de recapitular las hostias que me ha dado el mundo. Hoy vendrán a oír mi último adiós. Bien […] Fracasé una vez, fracasé diez mil y aun así alzo mi copa hacia el cielo, en un brindis por el hombre de hoy y por lo bien que habita el mundo. […] Dejadme preguntar: ¿Es esto el final? Y si es así, decid: ¿Me vais a extrañar? ¡Ah, veo que asentís pero yo sé que no!

Llegada a Berlín. Hacía sol, buen tiempo, calor, suficiente para arremangarse. Seguía sin ser tan fácil. La máquina de billetes no funcionaba. La otra, la que parecía no funcionar, sí. El autobús estaba fuera esperando. Llegar a la GlogauAIR ha sido fácil.

Me ha recibido Irene, la directora de la residencia. Simpática, me lo ha explicado todo y me ha enseñado mi habitación. Muy grande, demasiado. No había nadie por los pasillos. Mientras me explicaba cosas se han aparecido dos artistas de camino a la cocina: una coreana, Hye, y un francés, Cyril. Nuestro inglés está más o menos a lo que en España llamamos nivel medio, es decir: “relaxing cup of Café con leche in Plaza Mayor”.


Por la noche la niebla ha cubierto todas las calles mientras volvía del Lidl con mi cartón de leche y mi caja de Corn Flakes. Veo la habitación vacía, la luz de la lámpara haciendo a mi sombra una amenaza desde detrás, los ecos en diferentes idiomas que se escuchan salir de las diferentes habitaciones del edificio. Pensar que van a ser seis meses y pensar que quizás al “Desaparezca aquí” le tendría que haber añadido un “de” en medio: Desaparezca de aquí, o esperar que esto sea una conquista de lo inútil, como me decía el premonitorio libro de Herzog que por casualidad ha ido a parar a mi regazo todo el viaje de ida y que, solo por eso, ya va a guiar todo este periplo que ahora mismo parece que será muy largo.