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domingo, 29 de diciembre de 2013

28-12-2013. Errores y fatigas (tomadas con humor)

28-12-2013

Errores y fatigas (tomadas con humor)

Ayer me compré el periódico, por curiosidad. Aparte de una fotografía en portada sobre un gato idéntico a Hitler y otra en contraportada que dejaría en ridículo a las chicas del AS, el diario incluía el horóscopo general para 2014. No sé para qué luego hacen uno a diario si con este ya me marcan todo el año, pero bueno, siempre es entretenido leerlos. La mala traducción de Google me venía a decir que Marte va a estar un poco dominante, pero que esto lo único en lo que me afectará es que tendré una armonía amorosa bastante buena, aunque cómo no sea conmigo no se con quién. También me ha predicho que tendré tiempo de ordenar las cosas a mi manera y que eso me hace afortunado. A partir de mediados de julio mis transacciones se moverán más y tendré una convivencia agradable. Para los singles, esto me interesa, hasta julio hay que llevar la ofensiva con las desconocidas y las posibilidades de éxito serán grandes. En resumen, de enero a julio encontraré pareja, de julio a diciembre me quedaré sin dinero porque tendré una convivencia agradable y derrocharé los pocos euros con los que me mantengo. En este periodo habrá armonía porque el amor está por encima del dinero. Que rosa y que feliz ven el mundo los planetas. Pero para que las ilusiones no desborde también dan un último consejo: 2014 será un año muy flexible y no todo funcionará como deseas. Tómatelo con humor. En definitiva: te vas a quedar como estabas, pero tranquilo, que el año que viene nevará en octubre. A veces pienso como sería el mundo si a todos los del mismo signo nos sucediera lo que indica en los horóscopos.

Todavía no ha llegado 2014, pero algo ha acertado. Lo malo, evidentemente. El día de hoy ha sido un día de fallos y de trenes. De errores y fatigas. Menos mal que me lo tomo con humor, y es que ¿cómo no estar de buen humor si lo único que quieres es caminar por frondosos y tranquilos pueblos a las afueras de Berlín y estar acompañado? Con eso me contentaba, y cuando Cyril se disculpaba por habernos equivocado de pueblo o que la visita a la Villa Olímpica de Berlín 1936 haya sido un leve fracaso, yo le decía “Don’t worry. I like that. I like walk for these places. These neighbourhoods… I could live here. Are so green, so quiet, so peaceful. I could live here”.

El comienzo del viaje parecía augurarnos una buena jornada, pues la conductora del autobús no nos ha cobrado el billete. Las cosas se han ido truncando en el momento de hacer el transbordo al cercanías. Yo  no tenía marcada la misma ruta que Cyril, pero como las diferentes posibilidades de llegar al lugar apenas variaban por unos minutos no he dicho nada y le he seguido. Al llegar a Potsdamer Platz teníamos que esperar una hora al tren. Sábado. Mientras mirábamos en el panel de horarios alguna otra posibilidad de conexión, se nos ha acercado un hombre preguntándonos a dónde queríamos ir. “Wustermark” le he dicho. El buen hombre nos ha dado unas cuatro posibilidades diferentes, todas ellas necesitando hacer diferentes transbordos, volver hacia detrás, esperar igualmente… porque al fin y al cabo, el cercanías que teníamos que coger era el mismo, daba igual cogerlo desde Potsdamer Platz, de Spandauer Damm, o desde cualquier otra parte, la espera nadie nos la iba a quitar. Para no hacerle un feo al hombre, mientras él se subía a su cercanías nosotros subíamos las escaleras mecánicas en dirección a la línea de metro que nos había indicado, pero yéndonos a almorzar por los exteriores del Sony Center.

Hemos entrado en un Dunkin’ Donuts. Creo que ha sido la segunda vez que he pisado uno. Eso parecía un McDonald’s con los cientos de miles de menús en las marquesinas. Yo no sabía que pedir y todo llevaba café. El único menú que no iba con café era el de chocolate caliente con una madalena, de chocolate por supuesto. La madalena, más grande que las setas que hacen crecer a Súper Mario, todavía me dura. El quemón que me he hecho en la lengua con el primer trago del chocolate, también.  La espera de una hora, la lengua socarrada y la sobredosis de azúcar comenzaban a predecir que las cosas no iban a salir tan bien. O eso he pensado cuando nos volvíamos a dirigir a la estación.


Hemos llegado a Wustermark y he puesto en el Google Maps la calle que me ha indicado Cyril. Era un vecindario de lo más familiar. Ni rastro de una villa olímpica abandonada. Después de caminar unos veinte minutos e intentar ver algo en el borroso mapa satélite del móvil, he sacado el papel que me había preparado antes de salir de casa con las indicaciones para llegar al lugar. Nos habíamos pasado por un pueblo. La Villa Olímpica no estaba en Wustermark sino en Elstal, a unos cinco kilómetros. Ya eran las doce de la mañana e ir andando nos quitaría toda la luz que le quedaba al día, que por otra parte era bien poca, pues a diferencia de ayer, hoy volvían las nubes y los chispazos de lluvia. Hemos vuelto a la estación de tren. Vacía. Poco a poco se ha ido llenando. Una chica nos ha preguntado donde se compraban los billetes. Ni idea. A la media hora ha llegado el tren.


En Elstal nos esperaba otro paseo de media hora por un barrio de casas prefabricadas y sin encanto en medio del bosque. El lugar no era tan bonito como Wustermark pero también se podría tener una vida sencilla y agradable allí. De camino a nuestro destino yo deseaba que fuera ese el lugar correcto y no un espejismo. No quería haberla pifiado después de habernos marchado de Wustermark por mi insistencia en que creía que no era ese el lugar. Hemos dado con la Villa Olímpica y yo me he quedado más tranquilo. Por supuesto, estaba cerrada a cal y canto, como todos los lugares que visitamos, pero este tenía unas vallas muy nuevas y en buen estado. Carteles de propiedad privada. Parecía infranqueable. Por el camino, Cyril ya me había metido el miedo en el cuerpo advirtiéndome que este sitio solía estar vigilado por guardias de seguridad. Me estaban comenzando a asaltar las dudas. Algún vecino por la calle nos miraba sospechosamente, pero seguían con su rutina.

Un pequeño agujero al final de la valla. Después un muro que la voluntad de querer entrar nos ha ayudado a saltar. Otra valla, esta más fácil. El paraíso: edificios abandonados, extrañamente vacíos y medio abandonados. Un camino medianamente asfaltado con una cuerda relativamente nueva que limitaba el paso entre la calzada y los apartamentos de los deportistas. Un lugar entre el abandono y la conservación. Las dudas explotaban en mi cabeza, la confusión no me dejaba pensar ni hacer fotografías. Esto no era un lugar abandonado, era algo similar a una atracción en Roma: viejos monumentos abiertos al público. Le he preguntado a Cyril y me ha dicho que cree que el lugar entre semana está abierto al público, pero pagando. Hoy sí, hoy nos hemos colado de verdad en un sitio en el que no deberíamos, y eso me hacía sentir incómodo. Si el lugar podía visitarse aunque fuese pagando, supongo que no mucha cantidad, deberíamos haberlo hecho así. Soy un maldito boy scout, un Ned Flanders. Y al no ser un lugar realmente abandonado, sino que tenía carteles con indicaciones de qué era qué y demás, no era lo que yo quería para mi serie de fotografías. Pero bueno, ya estábamos allí y no íbamos a dar marcha atrás con lo que nos había costado llegar. Después, al llegar a casa, he buscado si realmente el sitio abre al público. Sí, pero lo hace sólo de abril a octubre. La entrada cuesta entre dos y cinco euros. Probablemente vuelva.


Hemos dado un paseo y hemos visto algunos lugares. Cyril buscaba un estadio que supuestamente conserva la esvástica nazi y debe de ser bastante chocante. Por el camino nos hemos cruzado con la casa en la que estuvo viviendo esos días Jesse Owens. Y poco más. Cyril ha visto a lo lejos a un guardia de seguridad y hemos iniciado el camino a casa, no sin antes dar una última vuelta. Al final, Cyril con la desilusión de no encontrar el estadio, y yo con la de no haber hecho más de cuatro fotos, nos hemos ido.  Pero “always is good see these places. I like go. It’s nice. I like the place. Maybe we, or I, will come back”.


Con la lluvia ganando intensidad hemos vuelto hacia la estación mientras hablábamos de cómo David Lynch y Tarantino se han convertido en iconos más allá de cineastas, y que la gente los cita por quedar bien antes que porque realmente le gusten. Este tema también sale a menudo cuando hablo con Rachel Bean. Luego hemos hablado del último Francis Ford Coppola, de su hija y de su sobrino. Y, por último hemos criticado a Oliver Stone, del cual hemos salvado dos películas: Platoon (1986) y Giro al infierno (1997) que me ha recomendado Cyril porque yo no la he visto.


Nos aguardaba una sorpresa antes de coger el tren. Una torre muy alta nos ha llamdo la atención. Cyril me ha dicho que tenía curiosidad por verla bien. “We can approach it”, le he dicho, así que hemos hecho un inciso en el trayecto. Y nos ha salvado el resto del viaje. La torre era la puerta de entrada a la antigua estación de Elstal. No era muy grande, pero tenía rincones maravillosos como una especie de circulo con un mecanismo que, supongo, haría girar vagones, cambiar direcciones o algo similar. Me he imaginado un tren dando vueltas sin parar por culpa de un ferroviario loco que quería divertirse.


Era raro que todavía no nos hubiese pasado. Nos hemos perdido. Yo me he ido por un lado y Cyril por otro hasta tal punto que no sabía dónde se había metido. Al final he visto su inconfundible gorro de lana camino de la estación nueva, así que he hecho un par de fotografías más y he salido del recinto por donde la valla lo permitía estando a punto de hacerme un esguince.


Siguiendo con el tiempo de espera de trenes, hasta las tres y diez nos hemos quedado plantados bajo la lluvia, que había pasado a ser un rocío. Y siguiendo con las ilegalidades de hoy, al no haber máquina de billetes, hemos hecho el trayecto en tren sin pagar un euro. Para el viaje de vuelta, y con el miedo a que pasara el revisor y nos pillara sin tickets, he decidido marcar el rumbo. Nos hemos bajado a las pocas paradas y hemos cambiado  el tren por el metro, que nos dejaba cerca de casa y podíamos comprar el billete. Como ya estábamos dentro de la zona AB nos hemos ahorrado casi un euro. Y eso me ha hecho pensar lo contradictoria que es la línea de transporte público de aquí. Un billete de un viaje cuesta como máximo 3,60€ y dura dos horas. Por ese precio puede cubrir una distancia que te lleva casi tan lejos como ir de Castellón a Valencia. Si te compras el billete de un día por menos de diez euros puedes hacer este viaje todas las veces que quieras. Para esto es de lo más económico que he visto, pero claro, la mayoría de gente utiliza el metro o cercanías para ir por dentro de Berlín, zona AB por 2,60€ un viaje, y esto es de lo más caro que he visto.


Al llegar casa me apetecía ver un western, y como el día había ido de trenes, en Filmin enseguida me han puesto en primera fila del género El tren de las 3:10 (James Mangold, 2007). La película era lo que me esperaba, me ha servido para relajarme un rato, pero poco más. Me ha hecho pensar en el mérito que tienen los realizadores/as que trabajan con una ingente cantidad de planos, como David Fincher, y el trabajo que supone eso. Por supuesto, esto hay que reconocerlo como meritorio, pero solo cuando esa cantidad de trabajo se hace con criterio y cada plano tiene su sentido. Sino es una perdida de tiempo y un ejercicio sin estilo, siguiendo un mero patrón académico que funciona con las reglas más sencillas. Como le suceden al film de Mangold. Entre eso y el inverosímil desenlace final la película me ha dejado un agridulce sabor de boca que voy a remediar escuchando el último disco de Klaus & Kinski: Herreros y fatigas.

viernes, 20 de diciembre de 2013

19-12-2013. Ballhaus Grünau

19-12-2013

Ballhaus Grünau

Al parecer, el Zombie hôpital lo han derruido. Así que Cyril y yo nos hemos tenido que conformar con ir a la Ballhaus en el barrio de Grünau, a las afueras de Berlín. El viaje ha sido largo y confuso. Primero debíamos coger el metro para ir hasta el cercanías. Teniendo en cuenta que a la vuelta me tendría que comprar otro billete, prefería ahorrar unos céntimos comprado el ticket de día. La maquina sólo aceptaba monedas, así que mi billete de cinco euros se ha quedado en mi bolsillo y las dos paradas que teníamos que hacer en metro las hemos hecho de manera ilegal.

Para utilizar el cercanías ya hemos podido comprar el ticket. Otro transbordo del S7 al S8. Todas las estaciones son grandes y hay que subir y bajar andenes como si fuera la casa de la risa en una feria. Al final hemos encontrado la vía desde la que coger el S8. Buena suerte, ha salido enseguida. Mala suerte, una avería ha hecho que nos hayamos tenido que bajar a mitad camino.

Hemos aprovechado para almorzar algo. Cyril se ha pedido un café y un cruasán. Yo me he comprado un pretzel. Al ver mi cara de gula mientras me lo comía, Cyril me ha preguntado si no vendían en España. Le he dicho que no, que los tenemos en forma de pequeña galleta salda, pero no así de grandes, mullidos y calientes. Cada vez que me como un pretzel me acuerdo del viaje a Nueva York, cuando en el barco al ir y al volver de la estatua de la libertad me atiborré de pretzels, pues era la primera vez que los veía y estaban buenísimos.

Después de la pausa hemos vuelto al andén y un rótulo en alemán nos ha hecho alarmarnos. Al ver que no había ninguna indicación especial ni gente esperando, hemos dudado de estar en el lugar idóneo y nos hemos ido a la parada de autobuses. Ningún autobús nos llevaba directos a Grünau, así que hemos vuelto al andén del S8. Justo en ese momento había llegado un tren que estaba a punto de partir. Hemos escuchado la palabra “Grünau” y hemos subido corriendo. Al final hemos llegado sin ningún inconveniente al lugar. Y es que si no se fuerzan las cosas, éstas salen solas.


Una vez allí nos hemos encontrado con el edificio vallado y precintado hasta la cornisa. Lo hemos rodeado hasta encontrar el agujero del conejo de Alicia en las ciudades. Hemos entrado en el recinto, no sin antes dar un vistazo alrededor por si alguien nos estaba observando. Una vez allí, nos ha tocado buscar la puerta de entrada que, evidentemente, tenía que dar a un sótano oscuro y siniestro, con lavabos y cocinas destrozadas y el techo cayéndose a pedazos. Cyril, que iba delante, ha encendido el mechero pero no iluminaba lo suficiente para poder ver  a más de diez centímetros de distancia. He sacado el teléfono móvil y he activado la linterna para que nos indicara el camino. Con precaución y sin dar un paso en falso, con el temor de que algún indigente sin cordura nos saltara a la yugular (miedos por culpa de jugar a Resident Evil o Silent Hill), hemos avanzado hasta dar con unas temblorosas escaleras. Después de más de una hora de viaje y de cruzarnos el sótano de la casa Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), no íbamos a quedarnos ahí parados.


El piso de arriba guardaba una sala de teatro gigante y grotescamente bella. Cyril ha sacado su cámara de fotos. Yo he sacado mi cámara de vídeo. He grabado sin trípode, siguiendo los rastros del papel rasgado de las paredes y los cristales rotos del suelo. De vez en cuando buscaba a Cyril detrás de las puertas. Cuando vea el material veré si edito un pequeño vídeo. El lugar me remitía mucho a Stalker (1979), así que puede que coja audio del film de Andrei Tarkovsky y música de Raül Fuentes para hacer una especie de El año pasado en Marienbad (1961) de Alain Resnais.

Después también he sacado la cámara de fotos que me dejó Juan para hacer algunas de recuerdo. De paso me he hecho un fantasmagórico autorretrato dentro del salón derruido de Madame de… (1953). Igual este salón no tiene nada que ver con la película de Ophüls, pero me la ha recordado.

Mientras hacíamos nuestro trabajo, de vez en cuando escuchábamos pasos y ruido proveniente del sótano. Por un instante nos deteníamos y lo dejábamos pasar. Temía más que fuera la policía a un loco armado con una botella de aire comprimido y el pelo de Javier Bardem en No es país para viejos (Ethan y Joel Coen, 2007). Vaya, hoy me he puesto cinéfilo y las citas salen solas.

Con todo el material grabado nos hemos dispuesto a irnos, no sin recorrernos bien la planta de abajo guiados por la linterna del móvil. Esta vez sí, he sacado la cámara de vídeo y he grabado a Cyril adentrándose en las profundidades de La casa en la sombra (Nicholas Ray, 1951).  Al salir nos hemos acercado a un pequeño muelle que me ha recordado a las películas de Angelopoulos, concretamente a Los cazadores (1977), con esos barcos de banderas rojas que pasan frente al hotel donde residen los protagonistas.


Allí nos han asediado unos patos que parecían Los pájaros  (1963) de Hitchcock.  Al ver que se nos acercaban le he dicho en broma a Cyril que venían a por comida. Me he girado a los patos y les he dicho que “no, no, no. We have not food”.  Cyril que se estaba terminando de liar un cigarrillo ha seguido la broma  diciéndoles un “If you want a cigarette”. A los patos no les ha debido de hacer mucha gracia, pues han comenzando a subir al muelle y a acercarse a nosotros. No teníamos miedo de un psicópata con máscara de hockey dentro de una casa abandonada, pero de una bandada de patos furiosos y hambrientos hemos pensado que era mejor huir. Así que hemos vuelto a la estación.


Esperando al tren he grabado una pequeña pieza de video que se ha presentado por casualidad. Mirando al andén de enfrente una niña y su hermano mayor (o eso me han parecido) estaban haciéndose burla y han comenzado a discutir.  Solo por sus siluetas ya había sacado la cámara para hacerles una foto, pero viendo los graciosos movimientos he decidido darle al play y grabar en vídeo a ver que sucedía. Y ha sido un ejemplo de lo que digo cuando hablo sobre buscar lo único, lo irrepetible, lo verdadero en el cine. He capturado un momento de discusión y unos gestos que no se van a volver a repetir en ese lugar. Además, como por arte de magia, la gente a comenzado a cruzarse, detenerse, mirar de reojo a nuestros protagonistas, etc. Ha parecido que todo estaba coreografiado. Además, para rematar la jugada, el hermano mayor se ha mosqueado y ha salido del encuadre dejando a la niña sola, con un delicado movimiento de pies que ha detenido al entrar otra mujer en campo y pararse  junto a la biga, dándome el final perfecto para el plano-secuencia.


Antes de llegar a casa hemos entrado en el súper para que Cyril se comprase su botella de vino semanal. Yo me he comprado otro pretzel. Y es que como le he dicho: “Is cheap, Is good. I don't want anything else. I like pretzels”. Al subir a mi habitación resulta que no tenía luz. He mirado la caja de luces. Alguien a quien no le debe de sentar bien que apague por las noches la luz del pasillo y la principal de la cocina ha bajado el interruptor que da luz a mi cuarto. Pienso que ha debido de ser eso, pues el único interruptor que estaba desconectado era el de mi habitación. Otra opción más plausible es que se haya bajado por tener todos los enchufes ocupados. Pero si estoy fuera no hay nada encendido ni que use la electricidad. Así que no lo sé. Por si acaso, está noche no apago la luz del pasillo.

El resto del día ha sido para descansar mi dolorido pie, que dentro de lo que cabe, después del dolor de ayer, hoy ha respondido y ha aguantado la jornada. Para el sábado creo que podré volver a calzarme las botas de Werner. Así que la tarde en casa adelantando faena: he editado el vídeo de la estación de Grünau y las fotografías de la Ballhaus (a las que el mítico cineasta underground, Antoni Padrós, les ha dedicado un comentario en Facebook que dice: “Magnífic cronista de decadències. M’agrada!”. Y yo me he sentido todo orgulloso y complacido por ello). También he descubierto que mi anterior cortometraje documental, Monumentos en la luna (2013) se pasó hace unos días en Barcelona Televisió, estrenando un nuevo programa dedicado a éste maravilloso género cinematográfico. Maravilloso o aburrido, según como se trabaje con la realidad y la idea que haya detrás de cada obra.


Después de visitar ayer la Deutsche Kinemathek se me quedaron las ganas de ver En el curso del tiempo (1975) del amigo Wenders, así que con ella he terminado la jornada. Y para cerrar con otra cita fílmica antes de irme a dormir: Buenos días, noche (Marco Bellocchio, 2003).

sábado, 7 de diciembre de 2013

6-12-2013. Hamburguesas de Orión

6-12-2013

Hamburguesas de Orión

Hoy ha sido un día tranquilo. Por primera vez desde que estoy aquí ha nevado. Ha sido tímidamente y no ha llegado a cuajar, pero los efectos del huracán “Xaver” que está azotando estos días al norte del país se están empezando a notar. Así pues, me he pasado la mañana editando la secuencia de la jam session de anoche. Como había previsto, siete minutos de secuencia, ni uno más, ni uno menos.

La verdad es que las casi dos horas de grabación que tenía han venido justas para el montaje. Siete minutos con una narración clara y con un ritmo bien llevado. Para poder montar rápido, que es como voy a tener que trabajar aquí, pues son varios los proyectos y mucho el material, son claves dos cosas: hacer en la medida de lo posible un montaje en cámara (es decir, grabar en el orden en el que terminaré editando) o hacerme una idea de hacia donde voy a llevar el montaje. Esto provoca hacer trabajar a la cabeza a mil revoluciones durante la grabación pensando en las infinitas posibilidades que se pueden dar cuando se habrá el Final Cut (el programa de edición) y buscando una idea definida de hacia donde tirar mientras estoy grabando.


La otra cosa a tener en cuenta, no sólo para una rápida edición, sino en general, es mirar las imágenes con distanciamiento y saber cuando hay que descartar. Ser capaz de desechar cualquier plano, por muy interesante que parezca en el momento de su grabación. En algún momento (según lo que se está buscando) uno se puede saltar las reglas, pero siempre de manera justifica (aunque sea consigo mismo). Es decir, editar un video es cuestión de criterio y buen hacer. En la sala de montaje es donde se ve realmente la mirada (ética) de una persona para con su realidad dentro de un mundo dominado por la imagen.

En fin, una edición rápida con descartes fáciles: introducción desde las escaleras del edificio, siguiendo el siniestro ruido de la música que llega desde el fuera de campo. Preparación del equipo en solitario. Llegada de los demás miembros de ESOC. Terminar de montar el material. Introducción de la fiesta, ya con un toque siniestro dado por el sonido reverberante que suena de fondo. La fiesta en dos fases que van del éxtasis al arrebato, parafraseando al bellísimo título que la editorial Cameo dedicó a un pack de DVDs sobre el cine experimental español. Y la fiesta agonizando, con la virgen maría durmiendo y Casanova tocando el clavicordio en solitario y la mirada perdida. Aproximar  la secuencia al surrealismo buñueliano que sentí mientras lo viví.

Martí, el artista que ha organizado la velada me ha pedido todo el material bruto y el montaje del vídeo. Mañana le escribiré para decirle que ya lo tengo y puede pasarse a recogerlo. Espero que le guste el vídeo, pese a su toque irónico (que ya de por sí tenía la performance). He aprovechado que había un Frankenstein en la fiesta y el uso de las máscaras para crear un montaje constructivista (que el plano A provoque un significado en el plano B y no una mero encadenamiento de acciones, etc.) con imágenes de la película de Frankenstein (James Whale, 1931) que se pasaba en los proyectores de Super-8 en la que los hombres del pueblo, furiosos y con antorchas, corren en busca del monstruo. Estos encontrarían su símil en los jueces pintados en las paredes de la residencia durante el acto. Y, por supuesto, tanto unos como otros irían en contra de esa provocativa, pagana y cuasi lisérgica velada. Comento esto brevemente para  hacerse una idea de esto que he explicado acerca de como debe trabajar la mente mientras graba “la vida en directo” para después tener una fase de manipulación de la realidad más rápida y eficaz. La realidad no existe.

El día se ha ido apaciguando y he decidido salir de casa para volver a visitar la Alexanderplatz por la noche (lo que vienen a ser las siete de la tarde). Como no estaba el tiempo para caminar más de una hora por calles tan abiertas, he decidido coger el metro. Y por supuesto, algo me tenía que ocurrir.

Dos hombres me han asaltado mientras me compraba el billete. El primero, junto a su mujer, me ha preguntado en inglés. “Wait a second, please”, le he dicho mientras terminaba de comprar el ticket. El hombre ha accedido a esperar amablemente. Enseguida ha venido otro, barbudo y desvencijado, hablándome en alemán. “Sorry, I don’t Understand you”. El hombre insistía y, al final, cuando ha hablado más lentamente le he entendido “Drei Tickets”. Me quería vender tres billetes de metro que le debían sobrar. Yo le he dicho que no y le he dado las gracias. He seguido sacando el billete de la máquina (parecía no querer salir). El hombre barbudo le ha preguntado a la pareja de mediana edad que me había hablado primero. Ellos le han dicho que estaban conmigo y éste les ha dejado tranquilos.

Con mi billete en la mano me he dirigido al hombre para ver que quería. “To Alexanderplatz?” me ha preguntado señalándome el plano del metro. Como lo tenía aprendido de casa le he hecho el recorrido siguiendo la línea de metro desde nuestra estación hasta la última: Wittenau. “I go to Alexanderplatz too. We go to Wittenau” o algo así le he debido de decir. Ha hecho el típico gesto de “oh, claro cariño, era así de fácil pero no me he acordado de cómo funciona un metro”, poniéndose la mano en la frente. Me ha indicado un andén y le he dicho que sí, que supongo que era ese. Ha entrado el metro en la estación y me ha vuelto a preguntar por temor a equivocarse de dirección. Y me ha descubierto. “Is my first time here”. Le he dicho que era la primera vez que estaba ahí y el hombre se ha marchado indignado al vagón, que por suerte para mí indicaba “Wittenau”.

La impresión que Alexanderplatz me dejó el otro día ha cambiado. Hoy estaba viva y llena de gente. He podido comenzar a grabar los primeros planos de lo que será mi primera carta para la parte del proyecto de las correspondencias fílmicas. Y con esto creo que ya he puesto en marcha todos los proyectos principales. Después de grabar unos veinte minutos y con las manos nuevamente heladas (la cámara del móvil es imposible de manejar con los guantes) he decidido comprarme una apetitosa baguette de queso, tomate y ajo. El ajo no lo veía venir, pero ha viajado conmigo hasta bien entrada la noche. Menos mal que el frío hace que todos vayamos con la boca tapada por un fular, una braga o una bufanda y el aliento pase desapercibido.


Aprovechando que iba en plan turista he caminado hasta la puerta de Brandemburgo, subido la Friedrich Strasse y bajado la Oranienburger Strasse con su magnánima sinagoga, emblema del barrio judío. Al final, yo que no quería caminar una hora hasta Alexanderplatz he terminando dando una vuelta de tres horas en busca de las “Hamburguesas de Orión” que me prometía un nombre de calle como “Oranienburger”.

Suponía que nada tendría que ver con Orión. Ha sido una mala broma que me he hecho a mi mismo para reírme un rato mientras recorría en solitario las largas calles berlinesas. Y es que pegarse esas caminatas en soledad es un poco triste. Al llegar a casa he buscado porque se llama así. Y en Internet he hallado la (o una) respuesta[1]:

La Oranienburger Straße se llama así porque desde el corazón de Berlín conduce hacia la próxima ciudad de Oranienburg. El topónimo argamasa la relación entre el barrio judío y el Holocausto, aunque el campo de concentración de Sachsenhausen no era específicamente para judíos, sino que la mayor parte de éstos fueron conducidos hacia los campos de exterminio del este. En Oranienburg, junto a la capital del Reich, se abrió en 1933 uno de los primeros Konzentrationslager nazis”.

He vuelto a Alexanderplatz para coger el metro a casa. Debo de tener cara de berlinés porque me han vuelto a preguntar por una dirección. Mi estudio del plano del metro no ha llegado a tanto y esta vez no he podido ayudarles. El metro de Berlín está tan bien conectado como las tres estrellas que dan forman al cinturón de Orión, que en invierno se puede ver mientras “rueda la noche estrellada sobre mi cabeza, sácanos de aquí. Y si lo que no ha pasado ya, no tiene por qué pasar, y si no es posible y no nos vienen a buscar. Todo lo que yo intenté, nada de lo que decir, nada, siempre, nada y nada lo contestará”, canta Iván Ferreiro en Perdidos





[1] http://www.abc.es/blogs/muro-berlin/public/post/18-el-barrio-judio-oranienburger-straße-2052.asp